Cuatro años de estancamiento

Eduardo Sarmiento
14 de julio de 2018 - 02:32 a. m.

El desempeño de la economía no ha cambiado con respecto al principio del año. Los anuncios oficiales de recuperación se incumplen a diario. Las señales de mejoría en un mes son seguidas por caídas en el siguiente. Los brotes de reactivación no generan fuerzas que la sostengan, revelando una clara deficiencia de demanda efectiva.

El ministro de Hacienda, en sus presentaciones de rendición de cuentas, se duele por la caída de los precios del petróleo. Afirma que el choque externo ocasionó un serio descuadre de la economía que la ha mantenido estancada durante cuatro años. Pero el alza de los precios del petróleo se ha corregido por su propia cuenta. Ya la caída no es de 60 % sino 20 % y se compensa en buena medida con el aumento de las remesas del exterior propiciadas por el lavado de divisas. Los hechos se han encargado de demostrar que el estancamiento de la economía no estaba tanto en la caída de los precios del petróleo como en la revaluación que la antecedió y en los desaciertos de las acciones para acomodar la economía a los nuevos precios del crudo.

En los diez años de revaluación, el país se acostumbró a obtener la mayor parte de los ingresos en la adquisición de bienes industriales y agrícolas abaratados en el exterior. El papel de la industria se reducía a importar los productos intermedios y ensamblarlos. Lo cierto es que las empresas no han logrado operar con una tasa de cambio razonable. No se han adaptado para operar dentro del marco de insumos más costosos, entrar a actividades más complejas y ampliar el valor agregado nacional. Se confirma que el sector no está en capacidad de soportar las grandes diferencias de productividad en relación con el resto del mundo y, en consecuencia, requiere de un marco de protección selectiva.

El aspecto más grave estuvo en el marco macroeconómico. La caída del precio del petróleo ocasionó una expansión monumental del déficit en cuenta corriente que no fue compensada por la política macroeconómica; el déficit fiscal se ha mantenido persistentemente por debajo del déficit en cuenta corriente. La fuerte contracción de la demanda ocasionó una drástica reducción de las importaciones y la inversión. Se configuró un exceso de ahorro (ingreso nacional superior al gasto) que presiona el estancamiento de la producción y el empleo, no deja entrar la liquidez a la economía y se mantiene incólume.

El diagnóstico descrito se aparta de la concepción dominante de los libros de texto que considera que las tasas de interés se encargan de igualar el ahorro y la inversión. El exceso de ahorro que tiene claras manifestaciones se niega por pálpito. Lo más grave es que los estados de exceso de ahorro no pueden corregirse con las políticas monetarias y fiscales convencionales. La solución sólo puede lograrse con un modelo que reconozca la existencia de la anomalía y se aparte de las concepciones convencionales.

La falla de la economía no está en la caída del petróleo. Se encuentra en la ineficacia de los sistemas cambiario y comercial para regular la balanza de pagos y propiciar la industrialización, y en la falta de coordinación de las políticas fiscales y monetarias para asegurar la consistencia entre el ingreso nacional y el gasto. Se asemeja a los países del sur de Europa, y ahora a Argentina, que se mueven entre el déficit en cuenta corriente y el exceso de ahorro.

La prescripción se remonta a Keynes, que demostró que las recesiones y el desempleo obedecían a la reticencia de los economistas clásicos a entender la presencia de excesos de ahorro y avanzar en instrumentos no convencionales para rectificarlos. La política de recuperación liderada por el británico después de la Segunda Guerra Mundial se fundamentó en un modelo que todavía está vigente y buscaba superar el exceso de ahorro en condiciones de estrechez comercial.

 

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