Cuatro derrotas

Santiago Gamboa
01 de septiembre de 2018 - 07:30 a. m.

Ayer encontré, sobre mi escritorio, los certificados electorales de las últimas votaciones en las que participé, desde 2016. Cuatro pequeñas cartulinas que dan prueba de mis sucesivas derrotas. Al mirarlas un rato supe que la del plebiscito fue la que más me dolió. Como no hubo inscripción de cédulas yo debía votar en el Consulado de Roma, donde había vivido los últimos 14 años, aunque estuviera en Colombia. Coincidió además con una invitación a Corea del Sur, así que pedí a los organizadores del evento que me devolvieran a Ámsterdam el 1° de octubre, y de ahí volé a Roma el fatídico domingo 2. Justo a tiempo para ir a votar al Piazzale Flaminio, sede del Consulado. Cuando me dieron el tarjetón y lo marqué sentí una increíble emoción, y luego salí a la calle conmovido, con la idea de que el mundo y Colombia podían cambiar. Pero ya todos conocemos el final y la ilusión se hizo trizas. Y lo que sentí al otro día, cuando volaba de nuevo a Ámsterdam para regresar desde ahí a Bogotá, era bastante confuso. Una especie de guayabo moral, histórico y político. Tenía bien guardado mi voto, por el que di la vuelta a medio mundo, y me sentía orgulloso de él, pero aterrizar otra vez en Colombia fue un trago amargo.

Las legislativas de este año fueron algo más esperanzadoras. Los candidatos por los que voté quedaron elegidos y hoy están en el Congreso, aunque en franca minoría. ¿Podrán contener la fuerza de lo negativo? Una vez más, la eterna pelea entre David y Goliat, pero algo harán en el remolino de locura en el que está inmerso este pobre país. Y después, como en un guion de película de terror, vinieron las elecciones presidenciales, donde coseché dos derrotas seguidas. Que Fajardo no haya pasado a segunda vuelta, en la primera, y que a Petro no le haya alcanzado, en la segunda. Sigo creyendo que si el candidato progresista hubiera sido Fajardo habríamos ganado la Presidencia, pero esto ya no importa. Es como el partido contra Inglaterra del Mundial, que habríamos podido ganar pero el tiro pegó en el palo. Y eso es Colombia, el país del eterno tiro en el palo. Igual que el domingo pasado en la consulta anticorrupción, un voto que no dejó certificado para el recuerdo y donde volví a perder, pues por más que el tema de la corrupción le esté dando la vuelta a la política, no logro olvidar que de cada diez colombianos sólo siete pensaron que era importante. Y por eso, a pesar de que la votación fue alta, fue muy triste, otro trago amargo.

Y así quedó el país, dominado por fuerzas que no me gustan y me inquietan. Hace unos días me encontré a William Ospina por la calle y me dijo: “Ya ves, en Colombia nunca cambia nada”. Y tiene mucha razón. Después un taxista paisa me dijo: “En la consulta anticorrupción logramos parar a los socialistas”, y cuando le pedí que me explicara semejante análisis estrafalario, dijo que “todo el mundo” sabía que la anticorrupción era de los socialistas. En el vidrio tenía una estampita de Uribe y comprendí de dónde sacaba ese buen samaritano sus ideas. En fin, cuatro derrotas. Tal vez tenga razón mi colega Enrique Serrano y yo forme parte de esos colombianos que, según dice él en un libro reciente (y muy exitoso), están “cordialmente invitados a que se larguen”.

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