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Pazaporte

Cuatro páginas

Gloria Arias Nieto
07 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

Lo han atacado los gobiernos conservadores, un águila financiera y los amos del narcotráfico. Hace poco más de 30 años una bomba le destruyó la sede y le dejó intacta la moral: hay cosas que la dinamita no puede arrasar. El Espectador ha sido, es y será voz de integridad y resistencia, y no se doblega.

Asesinos pagados por el negocio más criminal de la historia le dispararon a Guillermo Cano -alma y director- una semana antes de la Navidad de 1986. Esa misma noche, en la puerta de la clínica, la decisión de la familia rompió el silencio de la muerte, con la misma frase que sería titular en el 89, al día siguiente de la bomba: “Seguimos adelante”.

El país, que oscila entre las telarañas de la clandestinidad y las ostentaciones del poder, le ha pasado cobardes cuentas de cobro. Pero el otro país, el que valora el valor y reconoce la verdad, lo ha tenido como referente de rectitud y libertad de expresión.

El diminuto enemigo que tiene en vilo al planeta posiblemente haga que se adelanten los planes, pero no va a modificar ni el carácter ni la integridad del mapa genético de El Espectador.

Es probable que se acelere lo planeado, y se cambie impresión, por ciberespacio. La esencia del periódico seguirá siendo la misma, plasmada en inmensos rollos de papel o en ondas invisibles que viajan por el aire. La independencia y el rigor, la ética y la vocación democrática, no respiran por la tinta negra. Respiran por la fortaleza del espíritu, la decisión de no dejarse comprar por intereses creados, y no callarse ni ceder ante las presiones de la conveniencia y la corrupción. Lo que de verdad importa es la impronta, no la imprenta.

Escribir lo que se piensa y honrar la palabra es una sentencia que demasiadas veces cuesta la vida; pero también inspira reconocimiento y lealtad. Una sociedad dispuesta a no darse por vencida sabrá protegerlo, como se defiende el derecho a pensar.

Producir contenidos que ayuden a construir capacidad crítica, ha sido misión y convicción de El Espectador, cimiento para la democracia, vuelo para la libertad.

¿Cuántos medios pueden —como puede hacerlo esta casa—, decir que nunca han endosado su conciencia? ¿Cuántos han comprendido con tanta entereza que, si demasiadas cosas están mal, razón de más para no interrumpir el aliento ni romperse con la tormenta?

Transformarse implica resiliencia, responsabilidad y horizonte. Tres palabras que desde siempre han estado en la columna vertebral de El Espectador.

El primer ejemplar, publicado el 22 de marzo de 1887 —ahí, rumbo a la quebrada de Santa Helena— tenía cuatro páginas. Suficientes para dejar claro que don Fidel Cano Gutiérrez, había nacido en San Pedro de los Milagros para defender la libertad, la ética y los derechos humanos, como consignas inagotables.

4 páginas marcaron hace 133 años el rumbo del periódico.

4 generaciones después, la independencia, la firmeza frente a la adversidad y el respeto por la verdad, siguen siendo la bandera de un periódico necesario, para recordarle a Colombia de qué debería estar hecha la democracia.

“He asistido al extinguirse de la vida de un hombre honrado, y con esto está dicho todo”, afirmó el médico de Don Fidel cuando anunció su muerte el 15 de enero de 1919. Un día se le cerraron los ojos, pero más de 100 años después, su mirada del país y de las ideas liberales (dije ideas, no partido), sigue viva. No hubo ni habrá cárcel, enfermedad, censura o signo pesos, que apaguen su palabra. De Fidel a Fidel, con su valor intacto, la vida de El Espectador sigue. Y la carta de navegación, también.

ariasgloria@hotmail.com

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