Pazaporte

Cuatro palabras

Gloria Arias Nieto
09 de enero de 2018 - 02:00 a. m.

Hay compradores de cerveza, bicicletas y boleros; de tapetes persas y boletos de tren, sexo anónimo y café.

Otras veces, quien decide es la vida —o el miedo a perderla—. Y así como nadie sale a comprar neumonías a granel, alguien (paciente o sistema) debe pagar la curación.

No está bien abusar de los consumidores de frivolidades, pero es distinto ganarle el 100 % a un litro de whiskey que a un medicamento contra el cáncer. Lo primero es de mal gusto en una relación comercial opcional; lo segundo cae en lo socialmente perverso.

Las multinacionales que descubren moléculas y curaciones de punta dirán —y con razón— que la investigación de nuevas terapéuticas es tan necesaria como costosa; que las patentes son justificadas y el altruismo no es obligatorio. Parcialmente de acuerdo. Ciencia, negocio y solidaridad son conceptos que sólo unos pocos pueden, quieren y saben fusionar.

La industria farmacéutica no tiene que imitar a la madre Teresa; pero ¡no exageren! No es correcto torcerle el cuello al mercado que se teje a partir del binomio salud/enfermedad.

Por eso el ministro Gaviria le puso el tatequieto a la industria: no tiene sentido que resulte más caro comprar un antihipertensivo en la droguería de la esquina que traerlo de México, España o Brasil. O que los tratamientos de oncología cuesten menos en Australia que en Chapinero, o en Londres que en Barranquilla.

Si no se interviene la ilógica lógica de la explotación —y por ende de la quiebra al otro lado de la balanza—, nuestro sistema de salud se revienta, y volvería a quedar desprotegido ese 82 % de colombianos que antes de la Ley 100 no tenían acceso a la salud, y hoy sí lo tienen.

La sola decisión/acción del control de precios sería suficiente para que Alejandro Gaviria —hombre de valientes batallas personales y profesionales— tuviera el reconocimiento de aseguradores, prestadores y pacientes. Pero somos malitos para agradecer.

Incluidos los 225 medicamentos que entran en marzo a la lista de precio regulado, quedarán en total más de 1.000 con techo tarifario; eso representa un ahorro de $308.000 millones al año. En términos epidemiológicos y humanos, la población colombiana y el sistema que la ampara les habrán ganado otra batalla a la enfermedad, a la especulación y a la muerte.

Pero insisto: algún gen nos predispone a la ingratitud y, quizá por eso mismo, una horda literalmente acalorada chifló en Cartagena a Juan Manuel Santos. Yo quisiera saber qué desata tanta piedra contra él… Será el desarme de las Farc, habernos ahorrado 3.000 muertos o que al cabo de ocho millones de víctimas debamos —por fin— crear una democracia incluyente…

Más allá de los errores de Santos, es indignante que en las carreteras vendieran “año viejos” con su cara. ¡Bonito plan! Doce campanadas, doce uvas y una caja de fósforos para quemar el muñeco que simboliza al hombre que desmontó la guerra. Nunca entenderé el placer de la violencia, ni la complicidad de los supuestos inocentes.

Y como me niego a creer que el pesimismo convoque más que la esperanza, vengan, les propongo endosarle este año que recién empieza a una consigna y cuatro palabras que no pueden fracasar: cumplirle a la paz.

ariasgloria@hotmail.com

 

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