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Cumbres borrascosas

Andrés Hoyos
03 de septiembre de 2008 - 02:39 a. m.

ÚLTIMAMENTE SE HA VUELTO A ENcender una polémica crucial que no se cita mucho entre nosotros. Se la conoce por su nombre en inglés: peak oil, es decir, la cumbre o el pico del petróleo.

King Hubbert lanzó este concepto en la década del cincuenta, cuando todavía trabajaba como geólogo para Shell. Decía, en esencia, que algún día la producción de petróleo llegaría a su máximo, después de lo cual empezaría a declinar, primero de forma suave y luego acelerada. El gran misterio consistía, claro, en establecer la fecha de llegada del pico. Para Hubbert (1903-1989), el pico del petróleo le debía llegar al mundo entre 1995 y 2000 y, según parece, no se descachó por mucho, pues en este momento se citan con insistencia los años 2010 o 2011 como posibles candidatos para una producción cumbre de 85 millones de barriles diarios.

No se necesita ser un PhD en economía para entender la trascendencia brutal de este concepto. Si se llega a la cumbre y empieza la bajada al tiempo que la demanda sigue creciendo, los precios del petróleo entrarán a oscilar alrededor de precios cada vez más altos, lo que a su vez llevará a una inmensa transferencia de riqueza de los países consumidores a los países productores.

¿La película ya empezó? Yo creo que sí. De todos modos, habrá ganadores y perdedores inesperados. Así al rompe, se me ocurren varios en ambas categorías:

• La democracia perderá, no sólo porque el petróleo se produce más que todo en países que le son reacios, sino porque una cantidad creciente de dinero en manos del Estado implica que el mandamás de turno siempre tendrá con qué sobornar al elector. Por si acaso, en varios países petroleros ni siquiera se hacen elecciones.

• Perderá el neoliberalismo porque este personaje polémico sobrevive mal en ambientes en los que hay gobiernos cada vez más ricos. Dicho de otro modo, el amigo Hubbert proveerá al mandamás de turno con qué nacionalizar lo que se le ocurra. Además, los efectos no planificados de la crisis se le achacarán a la mano invisible del mercado.

• Perderá la clase media, pues el carro que quieren comprar los millones de chinos y de indios que apenas entran en ella, para no hablar del aspirante en las afueras de Pereira, será mucho más costoso de operar.

• Perderán los suburbios porque entrar o salir de ellos no sólo tomará más tiempo, sino que será mucho más costoso.

• Perderán las compañías automotrices, pues por más que modifiquen sus modelos, siempre serán costosos de operar.

• Perderán, y mucho, Estados Unidos y Europa, importadores netos de hidrocarburos casi bajo cualquier estimativo que se conoce.

• Perderán los países pobres sin petróleo, que la podrían pasar muy mal.

Ganarán: la agricultura —los biocombustibles son rentables casi por definición después del pico, y ellos jalan a lo demás—, las ciudades densas, el transporte masivo, la energía atómica y la hidroeléctrica, el carbón, limpio o no tanto, y las energías alternativas en general.

Entre los que vivirán efectos indecisos están las compañías petroleras privadas. En el corto plazo se llenarán de dinero debido a los altos precios que les reporta su principal producto, pero en el largo plazo tendrán un patrimonio y una actividad cada vez más exiguos. ¿Esto las obligará a reinventar la energía en el mundo? Ojalá.

Ganará también el espectáculo geopolítico, pero perderán los que tengan que padecer las bombas de verdad que les caerán encima por su causa. La historia, en todo caso, está lejos de haber acabado con su pirotecnia.

andreshoyos@elmalpensante.com

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