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De Caracas a Bogotá (vía La Habana)

Santiago Montenegro
17 de noviembre de 2014 - 02:00 a. m.

Las más recientes noticias que ilustran el proceso de descomposición del régimen de Maduro tienen que ver, infortunadamente, con Colombia.

Por un lado, se conoció una execrable masacre de compatriotas al otro lado de la frontera. Por otro, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, ha acentuado sus ataques a nuestro embajador en Caracas, Luis Eladio Pérez, acusándolo, primero, por supuestas entrevistas con miembros de la oposición y, luego, por desvirtuar la afirmación del Gobierno, y del propio Maduro, según la cual los asesinos del diputado Robert Serra son colombianos.

En el estado de crisis y conflictos internos es difícil precisar todas las razones por las cuales el régimen ataca al embajador.

En primer lugar, es muy posible que los sectores del Gobierno y de las fuerzas armadas venezolanas más cercanos a las Farc jamás lo hayan apreciado, precisamente, por ser un exsecuestrado del grupo guerrillero. Segundo, en su estado de crisis, el régimen no acepta que un embajador cumpla con los deberes de su cargo, entre los que se encuentran, naturalmente, conversar con empresarios, líderes de la sociedad civil y académicos de todos los sectores.

Tercero, es natural que el régimen muestre su disgusto porque, cumpliendo con su obligación, el embajador ha desmentido la falacia de la autoría colombiana del asesinato del joven diputado.

¿Qué esperaban? ¿Que, cuando Maduro acusara al expresidente Uribe de dicho magnicidio, Pérez se quedara callado? Aparentemente eso esperaban. Creían que la Cancillería colombiana y el embajador Pérez jamás dirían esta boca es mía. Y esa creencia es verdaderamente preocupante porque estaría indicando que el régimen, por estar apadrinando el proceso de negociación del gobierno de Colombia y las Farc, se siente con autoridad para manipular nuestra política interior y exterior.

Cuando Chávez vivía, Venezuela fue decisiva para inducir y convencer a las Farc para entrar en un proceso de negociación con el gobierno de Santos. Después de todo, Chávez acogió a sus dirigentes y les permitió a las Farc tener varios campamentos al otro lado de la frontera.

Pero, ante el éxito de la política de seguridad democrática, Chávez pronto se convenció de que, en el largo plazo, su proyecto bolivariano funcionaría mejor con una guerrilla transformada en grupo político legal ganando elecciones. Si el proyecto había podido tomarse el poder en Venezuela, ¿por qué no en Colombia? Así, cuando el régimen estaba en su esplendor, a Chávez le convenía un proceso expedito y que rápidamente se firmara un acuerdo de paz.

Pero ahora, muerto Chávez y con un régimen desprestigiado, la prioridad de Caracas parece haber cambiado. Ya no le interesa apurar a las Farc a firmar un acuerdo para consolidar un proyecto regional bolivariano, sino utilizar el apalancamiento que tiene sobre este grupo guerrillero para manipular en su favor la política de Colombia. Si antes era la prisa, ahora lo que le conviene es la mayor demora posible del proceso de negociación.

El estancamiento que muestran las negociaciones tiende a corroborar esta hipótesis. Pero si esta es su nueva estrategia, Maduro y las Farc están jugando con fuego, porque la premura está ahora del otro lado y hay sapos que ni la opinión pública ni ningún gobierno de Colombia se van a tragar. El primero es que a Maduro le dé por cambiar y nombrar a nuestro embajador en Caracas.

 

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