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De color naranja a color de hormiga

Sergio Otálora Montenegro
14 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

MIAMI. En apariencia, la situación en Estados Unidos ha pasado de color naranja a color de hormiga. Un partido – el republicano – decidió sin pruebas cntundentes poner en tela de juicio la legitimidad de las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre. Y de paso sabotear lo más preciado en una democracia.

El asalto al sistema electoral empezó con el candidato Trump durante la campaña presidencial de 2016, cuando perdía en todas las encuestas y, de manera torticera, calificó a dicho sistema de “corrupto”. En ese entonces afirmó que si era derrotado por su rival demócrata Hillary Clinton, sería por un fraude masivo. De manera inesperada el supuesto magnate de Manhattan ganó en el colegio electoral, pero perdió en el voto popular por cerca de 3 millones de sufragios que, según el nuevo presidente, provenían de indocumentados no autorizados para asistir a las urnas.

Una de las primeras acciones de Trump, ya en el Despacho Oval, fue armar un comité especial para demostrar el raponazo electoral. Después de ocho meses de infructuosa búsqueda, y de negativa de los Estados a suministrar información privada de los electores, el tal grupo se canceló con un solo hallazgo: “el comité no pudo sacar a la luz ninguna evidencia de fraude”.

Desde el momento en que vio que Joe Biden era una amenaza real a sus aspiraciones reeleccionistas, el presidente naranja desempolvó su táctica de hace cuatro años, con un elemento adicional: desprestigiar la transparencia del voto por correo, ampliado en algunos Estados por el impacto de la pandemia.

En suma, millones de demócratas hicieron uso de esa modalidad y también del voto temprano, mientras que millones de republicanos decidieron ir en persona a los puestos electorales el día de la votación. Esto correspondía, además, a la politización del coronavirus: mientras para los seguidores del presidente el COVID19 era una patraña, un invento de los comunistas, una justificación para socavar las libertades y, de todas maneras, algo muy parecido a la influenza, para los opositores del mandatario era una enfermedad real, peligrosa, a la que había que tomar en serio y evitarla con medidas como el tapabocas, la distancia física y evitar aglomeraciones como las largas colas en las mesas de votación.

Mientras que en la noche de la elección parecía que Trump se perfilaba como posible ganador, durante los días posteriores se vio la magnitud del voto por correo, y ese factor cambió por completo los números, con una sorpresa: Trump arrasó en Florida.

Pero en Pensilvania, Georgia, Arizona, Michigan, Wisconsin y Nevada, Joe Biden impuso una ventaja suficiente para proyectar, desde el punto de vista matemático, su triunfo y sobrepasar la cifra de 270 delegados con los que el candidato demócrata aseguraba su victoria. A propósito: desde hace sesenta años, los medios de comunicación han anunciado al ganador basados en tales proyecciones. Los perdedores aceptaban su derrota esa misma noche, y al otro día el ganador empezaba el proceso de empalme.

Un hecho insólito – uno más para la colección – es que Trump anunciara su victoria en la madrugada del miércoles 4 de noviembre en medio de un escrutinio que estaba muy lejos de llegar a su fin. Era, por lo tanto, una forma de empezar a deslegitimar la avalancha de votos por correo que sobrevendría, la mayoría de ellos a favor del candidato demócrata.

Con lo que no contaba el Partido Republicano es que sus candidaturas al senado, en Georgia, tuvieran que pasar a una segunda vuelta, que se llevará a cabo el próximo cinco de enero. Ese factor determinó que los dirigentes de la colectividad roja tomaran el mismo camino de Trump: negar el triunfo de Biden, alegar un supuesto fraude masivo, y apoyar las demandas en los seis Estados donde el candidato demócrata lleva la ventaja.

¿Si todos los expertos legales consideran esas querellas sin fundamento y débiles (incluso algunos ya han sido negadas por los jueces) por qué Trump y su partido insisten en deslegitimar de una manera tan cruda como contraproducente el claro triunfo del exvicepresidente y ahora presidente electo?

Hay varias razones.

Los republicanos, en este momento, se están jugando su mayoría en el senado. Si ganan los candidatos demócratas en Georgia, la cámara alta quedaría 50-50, es decir, en empate técnico. Pero resulta que el desempate lo da la vicepresidenta electa Kamala Harris, como lo estipula la Constitución. Eso le daría a Biden la posibilidad de sacar adelante su agenda. Por lo tanto, hay que mantener entusiasmada a la base, incluso enfurecida, para que en esos comicios de enero vote por los candidatos republicanos. Ante semejante desafío, era imposible que la dirigencia republicana diera la imagen de traicionar a Trump y de dejarlo abandonado en el campo de batalla.

En segundo término, las acusaciones de intervención de los rusos en los comicios de 2016 llevaron al nombramiento del fiscal especial Robert Mueller, y a una extensa investigación que puso un manto de duda en la elección de Trump. Esa sombra permanente de ilegitimidad lo atormentó durante los primeros dos años de su mandato. Pues bien: llegó la hora de la revancha. Sin pruebas, con la complicidad de su partido, y ante la sorpresa del mundo entero, Trump busca crear un halo de duda, una sospecha de robo electoral impune para tratar de manchar para siempre la presidencia de Biden.

En tercer lugar, hay un tema financiero: esta pelea sin fundamentos legales, pero con resonancia en los trumpistas más botafuegos y en las redes sociales en las que se añaden falsedades y toda clase de teorías de conspiración, tiene el propósito de recoger fondos para pagar deudas de campaña y financiar un nuevo comité de acción política de Trump con el fin de mantener a la base unida en torno al gran timonel. Es claro que a punta de mentiras, tergiversaciones y grotesca manipulación de las frustraciones y prejuicios de sus seguidores, el hombre del copete naranja conquistó para los republicanos amplios sectores de la clase obrera blanca que ningún otro dirigente había podido movilizar.

Cuarto, los múltiples líos legales que acecharán al expresidente Trump a partir del 21 de enero juegan un papel importante en esta torcida estrategia. Hay varias demandas en marcha que lo podrían llevar a la cárcel, algo que, una vez más, sería un exabrupto en la historia de Estados Unidos. Por consiguiente, el querido líder se aferra de pies y manos al poder, con la esperanza ilusa de darle la vuelta a la elección y lograr repetir otros cuatro años en la Casa Blanca. A esto se le añade una deuda de más de mil millones de dólares que el supuesto magnate tiene contraída con varios bancos, de acuerdo con cálculos hechos por la revista Forbes. Se estima que la fortuna de Trump es de cerca de tres mil millones de dólares.

Y, por último, hay un factor subjetivo: el ego enfermo del señor, su profundo miedo a dejar de ser relevante, su odio visceral a perder. Por eso, varios analistas tienen la certeza de que jamás reconocerá su derrota, mucho menos dará un discurso público aceptándola, y no asistirá a la posesión.

Sin embargo, cuando ya no haya más alternativa que aceptar el triunfo de Biden, no es claro cuál será el papel que jueguen los republicanos para hacer que Trump siga los rituales seculares de la transmisión pacífica del mando.

Por ahora, el mundo ha podido ver en tiempo real cómo la “democracia más avanzada del planeta” -así la suelen definir los propios estadounidenses - puede ser vulnerada por la inmadurez de un líder y el oportunismo de un partido, al que le importa más el poder que los principios. No hay que olvidar que varios presidentes de Estados Unidos han dado la orden de invadir otros países y derrocar gobiernos a nombre de esa misma democracia que ahora es saboteada desde adentro. Hay en marcha una grosera maniobra liderada por un aspirante a sátrapa y seguida por líderes republicanos que, con sus palabras y acciones, se parecen a esos dirigentes antidemocráticos y venales al mando de “instituciones inmaduras” en las llamadas, con burla y desprecio, “repúblicas bananeras”.

 

Hermann(62494)14 de noviembre de 2020 - 11:49 a. m.
Buen análisis!!!
Miguel(11448)14 de noviembre de 2020 - 05:49 p. m.
El confuso e inútil comentario de A-tenáz,parece ser mas una factura de resentimiento contra Otálora que un reposado análisis.Según Atenáz ,como vivimos en Colombia no podemos criticar las picardías y corruptelas de los políticos Colombianos; para eso debemos irnos a vivir a Venezuela o Cuba.Le recomiendo a Atenáz que no pierda el tiempo,pues su crítica enaltece al columnista.
Assia(26182)15 de noviembre de 2020 - 12:07 a. m.
Muy buena esta columna del Sr. Otálora Montenegro. La actitud de Trump negando su derrota, y las demandas que lo esperan, llevarán al trumpismo al desprestigio de su líder y a su partido republicano, se acabó la pesadilla, ahora si podemos respirar los que vivimos en USA.
Atenas(06773)14 de noviembre de 2020 - 01:21 p. m.
Aahhhh,el esperado comentario del pequeño camaján burgués, solo q' éste condimentado con aires de mamertosis reforzada q' gusta vivir en el esplendor de sociedad pletórica y propia de la abundancia pa cuestionar sin ser de allá, pero eso sí, la disfruta. Fácil le queda regresarse a Cuba o Venezuela, o Nicaragua q' es más cerquita. En su bellaquería prefiere gozar de lo q' cuestiona.
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