De cómo México se convirtió en el muro

Catalina Ruiz-Navarro
13 de junio de 2019 - 05:00 a. m.

Cuando Trump empezó a hablar del muro en la frontera con México nadie se lo tomó muy en serio, pero unos años después y a pesar de la incompetencia del mismo Trump, la promesa se está cumpliendo por obra y gracia del neoliberalismo.

Pero vamos por partes. Centroamérica y el sur de México son también conocidas como Mesoamérica, si se mira desde los orígenes étnicos y los puentes culturales, por eso, la frontera sur siempre ha sido una frontera porosa. Con el endurecimiento de las políticas migratorias, que comenzó con Obama, México se empezó a convertir en el filtro para pasar a Estados Unidos, de manera que la frontera se ha ido corriendo hacia el sur desde hace años. También desde hace años se viene gestando una crisis política, económica y social en los países del triángulo norte de Centroamérica. Es una crisis de derechos humanos, que está vinculada directamente con el cambio climático, los proyectos extractivos, la privatización de las tierras ancestrales: todos estos factores (de los cuales Estados Unidos es beneficiario y causa) tienen un resultado inminente: la expulsión de la gente.

Y es por eso que a finales de 2018 empezaron a salir lo que se han llamado “caravanas migrantes”, aunque en realidad es un éxodo de refugiados. “El éxodo es una estrategia de migración, pero también es una forma de protesta porque visibiliza una crisis humanitaria en un rincón del mundo sistemáticamente invisibilizado”, dice el investigador Ricardo González. Cuando López Obrador tomó posesión de la presidencia en México en diciembre de 2018 ya el éxodo era un hecho, y en un principio anunció políticas migratorias respetuosas de los derechos humanos. Históricamente, en las relaciones con Estados Unidos, México llevaba el tema de la migración por un lado y el del comercio por otro. Trump amenazó con trabas comerciales si no se tomaban medidas para controlar la migración centroamericana, mezclando la agenda, y López Obrador necesita solvencia económica para hacer los cambios estructurales en la burocracia mexicana. Y como resultado López Obrador manda a la frontera sur la Guardia Nacional, creada para institucionalizar la militarización. Con eso convierte a todo el país en el gran muro que Trump siempre dijo que México iba a pagar.

Lo peor es que, militarizada o no, la gente va a seguir pasando por la frontera sur, porque no hay más opciones, en donde están no se pueden quedar y el Tapón del Darién es infranqueable. En Nicaragua la crisis política tiene a miles de exiliados. En Honduras la situación cada vez es más apremiante, las marchas contra el presidente Juan Orlando Hernández, cuyo hermano está siendo procesado por narco, son semanales. Entre las consignas más importantes la gente grita “más medicina, menos cocaína”, porque el sistema de salud y de educación pública están jodidos y el único negocio que florece es el narcotráfico. Todo se va cociendo a fuego lento porque, además, Honduras no es “un Estado fallido”, sino un Estado al servicio del capital.

También es importante preguntarse por qué esta es una crisis migratoria para México. Porque cuando los gringos se van a vivir a San Miguel Allende nadie les pregunta qué hacen ahí, o les piden papeles, o los acusan de venir a quitarles las casas y el empleo a los y las mexicanas. Los gringos en México no son migrantes, son “expats”, y no importa si llegan borrachos y en hordas a Tijuana. Porque, en el fondo, el problema no es la migración, que es un derecho humano, sino la aporofobia o miedo a la pobreza. Esa es la causa última de la militarización de la frontera sur. Pero la ironía es que esa pobreza, a la que México tanto teme, no es inherente a las personas migrantes y en cambio sí es un resultado directo de las violaciones sistemáticas de derechos humanos.

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