De Fajardo a Petro

Santiago Gamboa
09 de junio de 2018 - 06:00 a. m.

Voté en primera vuelta por Sergio Fajardo, pues, como argumenté en esta columna, creo que lo que necesitaba Colombia era un gobierno de transición y un pacificador, alguien que, para medio país, no estuviera en la orilla opuesta. Ese fue mi análisis, pero los resultados mostraron que para los colombianos la tradición del desafío es aún superior a la del consenso. Esto no está ni bien ni mal, simplemente es así, pues una sociedad es como un individuo que, en las decisiones que toma, expresa sus anhelos, su historia, sus más profundos temores o carencias, las metáforas que lo rigen.

En este escenario reducido, tomo partido por la Colombia Humana. Su programa y el de Fajardo coinciden en lo fundamental, sobre todo en el apoyo irrestricto al proceso de paz, el papel de la educación para transformar y hacer una sociedad justa, y la lucha contra la corrupción. ¿Quién puede no querer esto? Me opongo a esa fraseología banal, surgida para suplantar a la política, que repite y repite: “Es que Petro es mal administrador”. Yo pregunto: ¿tanto como los de Reficar o la Ruta del Sol o menos? Lo de Venezuela II es ya una alucinación que insulta la inteligencia de los propios votantes de derecha; sin embargo, ahí están las vallas: “Por una Colombia sin expropiaciones”. Si la campaña de Petro fuera igual de perversa podría decir: “Por una Colombia sin motosierras”, o inventar que el uribismo es un trastorno mental producido por un virus que transmite el fríjol, y que la única cura en humanos es la buena educación. Podrían decir cosas así, pero no lo hacen porque no son iguales.

Y este punto es fundamental. No son iguales. Se dice que la segunda vuelta entre Petro y Uribe-Duque nos pone ante dos extremos idénticos, de signo contrario, pero esto no es ni moral ni éticamente cierto. No es igual quien denunció a los paramilitares que quien los ayudó a crear. No es igual quien hace suya la lucha de las madres de Soacha que quien las desprecia en público. Fueron los hijos de Uribe los que se enriquecieron bajo el poder de su papi, no los de Petro. Fue Uribe quien compró al Congreso para propiciar su tercera elección, no Petro. Duque podrá ser la cara limpia, pero el rostro amenazante que proyecta sobre el país es el de Uribe, y un tercer gobierno suyo sería una verdadera aplanadora, un poder desmesurado. Si gana Petro, en cambio, sí habría contrapesos y vigilancia del Congreso. Y a nivel continental podría liderar, junto a López Obrador (seguro ganador en México), una nueva corriente progresista y democrática en América Latina, en la estela de Pepe Mujica.

Por eso no son iguales, y menos aún con la adhesión de Gaviria y otros desvergonzados alcatraces. El mensaje es que las élites, al sentirse amenazadas por un candidato popular, se unen. Sus diferencias desaparecen, pues al fin y al cabo todos provienen del mismo estamento, los mismos colegios, fincas y clubes sociales. Su verdadero enemigo es quien represente al otro país, eternamente relegado. Por eso al que mira hacia abajo lo acusan de populista y sólo es demócrata quien actúa en el interés de los poderosos. Así es su democracia, pero no la mía. Ni el país que quiero. Por eso votaré por Gustavo Petro y Ángela María Robledo. Y por Fajardo en 2022.

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