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Notas de buhardilla

De fiscales y rectores

Ramiro Bejarano Guzmán
14 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

Revisando los argumentos de la providencia de la Fiscalía que decretó la detención domiciliaria y la caída del gobernador Gaviria –tan liberal como uribista– he recordado la anécdota que refería con gracia mi profesor Antonio José Cancino. Contaba el renombrado y pulcro penalista que Giovanni Giovanneti fue perseguido en las duras épocas fascistas de Mussolini, al extremo que fue condenado por falsificar moneda legal porque si bien no lo encontraron nada falsificado, sí le hallaron material que podía ser utilizado, entre otras actividades, para falsificar billetes. Al oír la sentencia el condenado le pidió a su cargado juez que lo condenara además por violación sexual, porque si bien tampoco había violado a nadie, también tenía todos los elementos capaces para incurrir en ese crimen.

El drama de Giovanneti se parece al padecimiento de Gaviria, porque, según la Fiscalía, él es un hombre peligroso para la sociedad pues, aunque no firmó el contrato que lo tiene enredado, sí delegó sus responsabilidades como gobernador, y como ahora de nuevo ejerce el mismo cargo puede volver a delegar e incurrir en el delito por el que lo tienen suspendido y prisionero. Este razonamiento, que sugiere más inquina que justicia, produce escalofrío.

La Fiscalía “histórica” de Barbosa no convence pero sí intimida. Es más peligroso el fiscal que Gaviria, pues la estela que está dejando es la de que hay algo en sus decisiones que brilla y no es exactamente la justicia. Odios, resentimientos, favores políticos, obnubilación con su figuración pública, venias gubernamentales, favoritismo para los amigos, garrote prevaricador para críticos, opositores y disidentes es el pesado equipaje del ente investigador que todavía no arranca. Hay muchos responsables de lo que está pasando en esta Fiscalía; para no ir muy lejos, la propia Corte Suprema de Justicia que designó para tan alta responsabilidad a quien como Barbosa carece del suficiente equilibrio emocional para ejercerla.

Los de ahora son los tiempos enrarecidos de una justicia que desconcierta permanentemente, al igual que nuestra clase dirigente, como está ocurriendo con algunas personas sobre cuyos hombros descansa la honrosa dignidad de dirigir universidades.

Los rectores de universidades eran reconocidos por su sapiencia y su prudencia. Allí están las figuras cimeras de José Félix Patiño en la Nacional; Antonio Rocha en el Rosario, para solo mencionar dos grandes compatriotas cuyo paso por esas rectorías benefició a los centros académicos y no para que ellos publicitaran sus imágenes o escalaran burocráticamente, como hoy lamentablemente ocurre. A esa nómina de lujo hoy se agrega en las nuevas generaciones el nombre fresco y pluralista de Alejandro Gaviria, rector de los uniandinos, una voz acatada y respetada nacional e internacionalmente.

Pues bien, el episodio protagonizado por el rector de la Universidad Sergio Arboleda debería haber inquietado los estamentos académicos. Según El Tiempo, el rector de esta universidad —cuya hija es funcionaria en la Fiscalía— fue el anfitrión de una reunión en la que conjuntamente con otro personaje convocaron a dos expresidentes para denunciarles los supuestos delitos de otro exmandatario en el caso Odebrecht. ¿De cuándo acá los sagrados templos rectorales son oficinas de litigantes o despachos de investigación judicial?

¡Qué diría Unamuno, el inolvidable rector de Salamanca! Hoy vivimos los tiempos en los que algunos rectores se extravían usando sus oficinas como el CTI de la ultraderecha criolla o como prósperas empresas dedicadas al litigio o al arbitraje.

Ya no es un secreto que la Sergio es un centro de estudios matriculado con el uribismo y el Gobierno. Aunque siempre han estado en el poder ahora llegaron como dueños. Tal es su fuerza que luego de apoderarse de la Fiscalía, ya están comprometidos en una cruzada para poner a otro de los suyos en la Procuraduría.

En fin, dirán que están en su derecho de aprovechar el cuarto de hora, pero es bueno que no olviden que todos los gobiernos son efímeros y que esas tenazas de poder las marchita el tiempo.

Adenda. La vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, no puso la cara voluntariamente en el caso de su hermano, como lo afirman sus amigos. Lo que hizo fue reaccionar a una noticia escandalosa que apenas empieza.

notasdebuhardilla@hotmail.com

 

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