De héroes y villanos

Mario Morales * / Especial para El Espectador
23 de junio de 2018 - 01:24 a. m.

Ese es el problema del fútbol. Esa es su magia. Que sin razones aparentes, o quizás por ello, nos convierte ora en bandos, ora en jueces, ora en héroes, ora en villanos. Así ha sido siempre, desde el picadito de preescolar, cuando salimos en hombros para la clase de religión de dos de la tarde, o cuando nos quedamos sentados y solos mordiendo lo que pudo haber sido y no fue, en el césped carcomido por la tierra pisoteada en la incontable saga de partidos de potrero, antes de ir a buscar la merienda o las tareas de los días siguientes que sumados hacen la rutina.

Pasa igual en las tribunas: Hoy somos fiesta desaforada y apretujones entre brazos desconocidos, o lágrimas y entresijos de maldiciones que más tarde son nostalgia y mañana son olvido. Excitados por las glorias y derrotas ajenas, los hinchas siempre ganamos porque al otro día volvemos a la vida.No pasa lo mismo con los futbolistas, que entendieron desde siempre, como Galileo, que la tierra era redonda y que todos, incluso los astros, se mueven alrededor del gol; que apuestan el pellejo durante 90 minutos para saltar, si algunos pocos de ellos tienen la suerte alineada, a la gloria de las exaltaciones mediáticas y del inasible amor de las fanaticadas. Y si la diosa fortuna les sonríe, una vida de dinero asegurada.

Sobre ellos se dice y se escribe todos los días.Pero, en esa ruleta, hoy más rusa que nunca, hay quienes se formaron, entrenaron y jugaron, cada día, durante lustros para en un volantín, un pase desafortunado, una mano terca extraída a destiempo o un puntapié en la dirección equivocada, echarse a rodar por el despeñadero de las frustraciones que de a poco fueron construyendo los fracasos, si ganar era el camino y no el fin de todos sus esfuerzos.Una voltereta más en los albures del Mundial y la cuasi eliminada Selección Argentina podrá estar en octavos de final.

Los aficionados aplaudirán consolados, sus compañeros respirarán reconfortados, el técnico y los comentaristas revivirán sus polémicas y la vida reanudará su marcha para todos menos para Willy, cuyo pensamiento se quedó congelado en esa noche fatídica del 21 de junio cuando no supo qué hacer con el balón y se lo entregó a Rabic para que convirtiera el primer gol de Croacia, y que lo dejó con la mirada fija en el piso como si fuera un mendigo. Aún sus nietos le preguntarán qué fue lo que hizo en esa fracción de tiempo donde se le extravió el destino.Héroe en tantos juegos, bastión inexpugnable frente a tantos rivales y aplaudido por tantas buenas actuaciones, el volante colombiano Carlos Sánchez, sabe que, en la historia del fútbol colombiano, como el Discóbolo de Mirón -ese lanzador de disco de la antigua Grecia-, ya tiene una estatua con el movimiento interrumpido del salto y con el brazo díscolo extendido.

Puede que Colombia clasifique o que regrese a otro Mundial y se reverdezca la gesta de 2014; pero, ese instante, sumado a la fugacidad de los 3 minutos de su participación, se quedó fijado en su memoria como una monita del álbum de Panini. Dramas similares habrán de vivir o padecer el marroquí Bouhaddouz, autor del primer autogol en esta cita orbital y que compartirá pesadillas con el escocés Tom Boyd y el brasileño Marcelo que tuvieron el indeseado honor de ser los primeros anotadores en propia valla en sendos mundiales.

No son los únicos ni tampoco serán los últimos en este campeonato, como lo saben millones de aficionados defraudados por los autogoles determinantes del australiano Azis Behich, o el nigeriano Etebo, el polaco Cionek o el egipcio Fathi. De ellos son las sombras insomnes que en las noches eternas acompañan las rondas de los vigilantes en los hoteles rusos y que, luego, talvez sean material sobre historias fabulosas de aparecidos.Y si no, pregúntenle al portero colombiano René Higuita, que no obstante todos los cambios extremos para exorcizarse, no deja de derramar una lágrima o de exhalar un suspiro cada vez que recuerda el fantasma del camerunés Roger Milla arrebatándole el balón para eliminar en tiempo suplementario a la Selección en el mundial de Italia-90.

Que no se equivoquen los aficionados por más adoloridos que estén; estos pobres hombres no necesitan amenazas, retaliaciones ni castigos; con ese recuerdo imperecedero ya tienen suficiente condena.Y que no olviden que el fútbol necesita de esta suerte de villanos involuntarios, como lo hemos sido la mayoría en algún terreno de juego, porque son tan necesarios para emocionarnos e identificarnos con las historias incluso más que los héroes inolvidables.

 

@marioemorales y www.mariomorales.info

 

Por Mario Morales * / Especial para El Espectador

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