De la compra de la pasión a la conquista de la razón

Isabel Segovia
21 de febrero de 2018 - 12:53 p. m.

Los periodos electorales no son buenas épocas. Se observan comportamientos humanos muy desagradables, florecen las mentiras, se exacerban las pasiones y se alimentan los miedos. Julián de Zubiría, pedagogo colombiano, culpa de este fenómeno a la mala educación que recibimos los colombianos, pues argumenta que no tenemos las habilidades para racionalizar los procesos electorales y por consiguiente las emociones terminan determinando nuestras elecciones. No creo que este comportamiento sea atribuible solamente a la mala educación, y tampoco creo que sea tan mala, pero estoy de acuerdo en que es un momento donde se alborotan las pasiones y las razones utilizadas para elegir son cortoplacistas y limitadas.

Hace cuatro años participé en un proceso electoral; un interesante paréntesis en mi carrera profesional. Con pocas competencias políticas, desconocimiento de la realidad electoral y un gran componente de ingenuidad, evidencié cómo funciona el sistema. Para hacerse elegir en este país hay dos caminos: el clientelista y el populista. Si se escoge el primero, se recogen las maquinarias electorales regionales, que ya no son de partidos sino de caciques políticos; se convocan ciudadanos y se les ofrece desde un tamal, seguido por un monto de dinero, hasta un lucrativo contrato una vez alcanzado el poder. El pago equivale al número de votos que ponga el individuo, pero todos ganan, pues, como mínimo, resuelven la comida de ese día.

El otro, el populista, es un camino dirigido por una persona, de derecha, de izquierda o de centro, da igual. Ese personaje no tiene seguidores sino fanáticos; no acepta críticas ni propuestas, y si se hacen, se pierde la credencial. Estos caudillos no ofrecen cambios estructurales, pues no son políticamente rentables, pero sí prometen resolver la casuística, que para muchos no es menor. Sus electores reciben más que el tamal, porque caudillo que no cumple, pierde su poder. Una vez elegido entrega lo prometido, aunque deba hacerlo de manera irresponsable; todo su gobierno se vuelve un proceso electoral. El ejemplo perfecto de caudillo moderno es Chávez y un buen modelo de cómo opera el populismo son sus misiones, programas desinstitucionalizados que “resolvían” los problemas de salud, educación y alimentación a un pueblo completamente abandonado por sus políticos clientelistas. Evidentemente esos programas fueron insostenibles y sus consecuencias a largo plazo están claras.

Hoy, cuatro años después, con un poco menos de ingenuidad, sigo creyendo que se puede encontrar otro camino para ser elegido. Tenemos las herramientas gracias a que la educación, que no es tan buena pero sí es mucho mejor que hace 20 años. Actualmente contamos con candidatos decentes y honrados (características obvias pero que ya nadie exige), que sobreponen el bien común sobre el particular, que saben congregar y que se saben rodear. Y tenemos también ciudadanos con habilidades de pensamiento crítico que pueden tomar decisiones no determinadas por las emociones. Aunque la competencia es muy desigual y los clientelistas y populistas seguirán exacerbando nuestras pasiones para convencernos de elegirlos a ellos, si nos resistimos y votamos a conciencia, lograremos crear un nuevo camino electoral, uno que nos convenga a todos.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar