De la guerrilla a la guerra

Lorenzo Madrigal
16 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Existe una evidente confusión en los términos cuando se habla de guerra y de guerrilla. ¿Qué significa cada una y qué las distingue o diferencia?

Aquí, de un tiempo para acá, se viene hablando de guerra —y de guerra de cincuenta y pico de años— restándole importancia al vocablo, pero vaya si la tiene. A la contraparte en los acuerdos de paz, o sea a la guerrilla, le convenía ser llamada guerra. Parada sobre este término afianzó su posición negociadora, se asentó mejor en la silla de diálogo y hasta fue a dar a Ginebra, a acogerse a protocolos de guerra exterior e inclusive a dejar a la nación Suiza como depositaria y garante de lo convenido, para sellar el compromiso, que ella, en últimas, deshizo en su principal negociador.

Guerrilla, sin agotar la definición, es hostigar de modo militar con comandos reducidos o por medio de civiles, y apelando a la clandestinidad y al engaño. Vecina es del terrorismo.

No hay guerra noble. Pero la que ha sido llamada con propiedad guerra, es una confrontación entre entidades políticas grandes, por lo pronto entre naciones, como grandes son sus instrumentos, que no requieren de emboscadas ni triquiñuelas. Para la guerra no hay elogio alguno, fábrica como es de muerte, además de acumular traiciones, espionajes e infiltraciones, que le son propias.

En los últimos días la guerrilla colombiana, instalada en Venezuela, con irrespeto total a las normas internacionales, instruye en guerra de guerrillas a los comandos chavistas y está próxima a desencadenar una guerra entre los dos países, vecinos y hermanos, como suelen llamarse. Esta sí sería una guerra con todas sus letras y fácilmente internacional. Hora de tinieblas para el país y para la población de ambos pueblos sin distingos.

En corolario y sin que ello sea un triunfo que pueda cobrar la oposición, la paz de Santos, con la que se engañó al público, derivaría en un conflicto de alcance mundial.

***

Anduvo por La Haya y sin duda por la Corte Penal Internacional, donde debió ser tema el lío de Colombia con Venezuela y las consecuencias del posconflicto, este singular funcionario que ha resultado ser Emilio Archila, primo del alcalde Peñalosa e idéntico al abuelo de ambos, don Vicente, de grata recordación. De muy fácil dicción y de clara inteligencia, Archila ha sorteado el difícil tema de la paz no aceptada en todos sus términos por la corriente política que llegó al Palacio de Gobierno en agosto del año pasado.

Muchos no entienden que quienes hoy gobiernan votaron el No a la propuesta de Santos y se conformaron con un arreglo a medias; es cierto que el mandatario, quien vio fracasar su proyecto, salió a flote por el apoyo noruego, coronado súbitamente con el laurel de la paz.

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