De la minería a la agricultura moderna y a la revalorización de lo peruano

César Ferrari
26 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Perú ha sido y es un país minero. La exportación de minerales y metales es su fuente principal de divisas. Entre 2000 y 2016, gracias a buenos precios internacionales y a grandes inversiones privadas, las exportaciones mineras aumentaron de 3.220 millones de dólares a 21.777 millones; las exportaciones de cobre pasaron de 933 millones a 10.171 millones y las de oro de 1.145 millones a 7.386 millones.

Pero desde hace pocos años la agricultura moderna ubicada en los valles costeros ha emergido como otra fuente notoria de divisas. En el proceso ha desplazado a la agricultura tradicional (caña de azúcar, café y algodón). Entre el 2000 y el 2016 las exportaciones agrícolas tradicionales pasaron de 249 millones de dólares a 879 millones, mientras que las no tradicionales aumentaron de 394 millones a 4.702 millones. Perú se ha convertido en uno de los primeros exportadores mundiales de uvas de mesa (646 millones de dólares en 2016), espárragos (574 millones) y aguacates (397 millones).

Quien conoció la costa peruana hace unas décadas, bordeada al oriente por una cordillera de los Andes quebrada y seca en esta vertiente, con un litoral de unos 3.000 kilómetros desde la frontera con Ecuador a la frontera con Chile, y un ancho que varía entre 15 kilómetros en el sur, en Arequipa, y 180 km en el norte, en Piura, recordará primero unas tierras verdes cercanas al Ecuador y luego unas pampas interminables, secas, pedregosas o de dunas. Esas tierras son atravesadas de oriente a occidente por 53 ríos, la mayor parte de aguas no permanentes que permitían regar pocas tierras vecinas dando lugar a valles pequeños de agricultura limitada.

Ese panorama árido y seco ha venido cambiado gracias en gran medida a las obras hidráulicas. La historia se remonta a los preincas, como los nazcas al sur de Lima o los mochicas al norte. Sus represas, canales subterráneos y abiertos, construidos hace más de 1500 años, algunos de los cuales funcionan aún, irrigaban parte de esas pampas.

Más recientemente, unas cuantiosas inversiones estatales en proyectos de irrigación aumentaron el área agrícola costera. Las primeras irrigaciones modernas, pequeñas, comenzaron en los años 20 del siglo pasado. Las más importantes se construyeron desde los años 70, incluyendo canales, desviaciones, represas y transvase de aguas desde la cuenca oriental de los Andes a la occidental.

Pero la importancia de la agricultura costera moderna comienza en los años 2000 y se explica por los incentivos y desincentivos derivados de la reforma agraria de los años 70. La reforma expropió todos los latifundios del país, en gran medida improductivos, parceló algunos, convirtió en cooperativas a otros, los entregó a los campesinos y expulsó a los latifundistas acostumbrados en mayoría a vivir de la renta de la tierra.

Los años posteriores a la reforma fueron testigos de una agricultura postergada, sin capital, crédito y organización, y unos campesinos frustrados, con tierra pero sin capacidad productiva y sin ingresos. El panorama comenzó a cambiar cuando a principios de los años 90 se permitió la compra y venta de la tierra reformada. Con ello, nuevos empresarios comenzaron a invertir en el sector agropecuario y en servicios conexos para hacerlo rentable y productivo. Ello elevó el precio de la tierra, la hizo sujeto de crédito y animó a empresarios y campesinos a asociarse en busca de mayor producción y exportaciones. En la actualidad la costa peruana goza de pleno empleo y la tierra se emplea a su máxima capacidad, lo que ha animado a desarrollar otros proyectos de irrigación privados.

Pero tal vez el logro más importante de la reforma agraria es la transformación de la sociedad, la política y la economía peruana. En esa transformación, animada por la emergencia de una nueva generación de gerentes y dirigentes empresariales derivada de la proliferación de empresas públicas durante los 70, que años después se privatizaron, se rompieron las barreras a la movilidad social y se revalorizó lo peruano y su mestizaje quechua, español, africano, italiano, chino y japonés entre los principales.

Por ellos la gastronomía, artesanía, confección y turismo comenzaron a destacar orgullosamente como nuevas fuentes de riqueza. Siempre existieron, pero postergados: los peruanos no valoraban la inmensa variedad de su culinaria, reconocida ahora entre las mejores del mundo, la exquisitez de sus confecciones y artesanías con una historia milenaria, ni las inmensas riquezas históricas y naturales del Perú.

Algunos sostienen que el desarrollo es cuestión de superar la escasez de capital. Lo es: sin inversiones en irrigaciones no habría agricultura moderna en la costa peruana. Pero no es suficiente. Las instituciones cuentan: sin la reforma agraria y la posterior compra y venta de la tierra reformada nunca se hubieran sustituido latifundistas rentistas por emprendedores innovadores, dispuestos a arriesgar y asociarse, ni se hubiera revalorizado lo peruano. El resultado lo atestigua.

* Ph.D. Profesor, Universidad Javeriana, Departamento de Economía.

 

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