De la moda y sus verdades

Rocío Arias Hofman
25 de noviembre de 2013 - 11:00 p. m.

El descubrimiento del plagio que cometió la joven estudiante Gabriela Salazar de Zubiría al atribuirse la autoría de las más de cincuenta preciosas ilustraciones que acompañan el texto de la periodista y consultora de moda Pilar Castaño en el libro La maravilla de ser mujer (Aguilar, 2013), provocó un inevitable y necesario escándalo.

Sacude, además, el andamiaje hecho de verdad y confianza que sostiene el oficio de quienes nos dedicamos a crear contenidos. La protección y el respeto a la propiedad intelectual es algo que nos debemos entre todos. No copiar es una suerte de mandamiento, norma moral o mantra, según quiera cada cual asumirlo. Así de conciso y estricto.

En el caso de quienes dibujan sobre moda —como Inslee Haynes y Katie Rodgers, dos de las ilustradoras norteamericanas perjudicadas en este caso y cuyas denuncias se escucharon a través de las redes sociales—, la réplica de figurines y bocetos sin consentimiento de sus autoras y además firmados como propios por otra persona ofende el único patrimonio con el que cuentan: su talento aplicado. Por no hablar de la mancha inevitable que salpica a quienes se ven asaltados en su buena fe y resultaron involucrados. Como la autora del libro, a quien Gabriela Salazar envió una carta reconociendo el plagio y asumiendo su responsabilidad.

Como Prisa Ediciones, el grupo editorial al que tomó por sorpresa este abuso y que enseguida tomó la decisión de destruir los cerca de 4.000 ejemplares impresos mientras se dilucidaba la verdad completa. Un costo elevado, si se tiene en cuenta que se afectó el prestigio de una compañía reconocida por su calidad y respeto a la propiedad intelectual. Mientras la familia de Gabriela Salazar se puso en contacto con la editorial para asumir las consecuencias que ahora deberán afrontar, Pilar Castaño y Prisa Ediciones ya están pensando en reimprimir el libro, esta vez a partir de una convocatoria pública de diseñadores jóvenes. Una solución que resultará seguramente aleccionadora para todos.

Los afectados son múltiples. Los medios de comunicación, que quedamos seducidos por el poder técnico y estético de las ilustraciones firmadas por Gabriela Salazar y las reprodujimos (e incluyo mi espacio digital Sentada en su silla verde, del que retiré inmediatamente los bocetos). Los lectores que valoraron el poder de las imágenes que acompañan el texto. La frontera entre copiar y no copiar es nítida. Sí. Por eso las voces se alzan airadas reclamando justicia. Es la ofensa de la mentira, la destrucción de la credibilidad. Si no se sanciona judicial y socialmente, se abren grietas peligrosas entre creadores, productores de contenidos y consumidores. Comprar un Hermès pirata, por ejemplo, muestra bien el grado de batalla campal en el que vivimos. Es el caso también del diseñador Custo Barcelona, que reclama ante los tribunales por el plagio que señala a la marca Desigual como imitadora de sus camisetas estampadas (además Desigual maneja unos costos de producción contenidos y ofrece sus prendas con un precio mucho menor que Custo).

Pero hay otras líneas trazadas en la geografía de esta industria que muestran la evidente fragilidad de una moralidad múltiple y difusa. Pienso en el descubrimiento que hiciera el artista español Mariano Fortuny a finales del siglo XIX al plisar la seda de manera única para lograr el diseño de su archifamoso vestido, Delfos. Bueno, pues el diseñador Issey Miyaki, radical innovador cuya fama se debe a sus investigaciones, sin embargo es también el autor de una colección bautizada como Pleats Please, un trabajo “nacido” de aquel vestido y técnica de Fortuny. ¿Asociación libre de ideas, contagio creativo, referencia inevitable, influencia? El escritor argentino Julio Cortázar aludía a la falta de originalidad plena en quienes producen a través de su imaginación y con aptitudes técnicas. ¿Refugio o subterfugio? Es frecuente encontrarse ante estos “olvidos” para dar crédito preciso a un creador.

Pero existe otro fenómeno adicional que pisa esa raya que moralmente pide no ser atravesada. Y es el que se da bajo el término de la “democratización de la moda”, acuñado en un mundo que habla de manera políticamente correcta. Marcas masivas que ofrecen al público la posibilidad de vestirse según el dictado de las tendencias con precios asequibles. Cadenas como Zara —y no es la única, por supuesto— tienen como práctica enviar a sus diseñadores a tomar atenta nota —léase alzar figurines y bocetos— de lo que se muestra en las pasarelas. Con este material ya están listos para replicar colecciones que además se maquilan para que lleguen con pocos ceros al consumidor. ¿Y quién reclama el derecho a la originalidad, el respeto al creativo que exhibió su trabajo ante la voracidad de esta industria?

Todo este revuelo ha ocurrido en simultánea con la celebración del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo celebrado en Medellín. “El premio de Gabo”, organizado por la FNPI, busca reconocer tres aspectos del oficio periodístico: excelencia, innovación y coherencia ética. Una profesión en la que el plagio no cabe aunque también suceda. Merece la pena recordar este trío de sustantivos para que los creadores —así cuenten historias de la realidad o dibujen la moda del siglo XXI— sepamos que no deberse, sobre todo, a la verdad significa alimentar las brasas que queman siempre al que miente.

* Periodista independiente. Creadora

del espacio digital especializado en moda en

Colombia http://www.sentadaensusillaverde.com.

@sillaverde

 

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