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De la opinión política a la acción política

Paloma Valencia Laserna
20 de septiembre de 2013 - 11:06 p. m.

Soy una teorizante de la política; me gusta analizar los hechos, descubrir los incentivos dentro de los juegos del poder, lanzar interpretaciones y aventurar predicciones.

La controversia política obliga a afinar la vista: observar mejor la realidad nacional y someter a rigurosos exámenes teóricos las soluciones que pueden ayudar a superar nuestros males en la práctica.

Tengo una ideología, como todos. Prefiero unas ideas sobre otras por considerarlas más apropiadas para resolver los problemas nacionales; incluso me encuentro muchas veces con la impresión de que los síntomas sobre los males de Colombia pasan desapercibidos para ciertas ideologías. De quienes teorizan desde mi orilla, aprendo nuevas formas para las mismas ideas; de quienes me contradicen me llevo alternativas de soluciones distintas e incluso nuevas formas de valorar la realidad.

Soy uribista desde que oí a Álvaro Uribe en algunas presentaciones que hiciera cuando él era gobernador de Antioquia y yo una estudiante universitaria. No tuvo que convencerme; sólo descubrí mi coincidencia ideológica con su discurso. Desde entonces he sentido que ve un país parecido al que yo veo, plantea soluciones que considero las adecuadas; su diagnóstico de nuestro paciente Colombia, tanto como el tratamiento que sugiere, me parecen apropiados.

La decisión de embarcarme en un proyecto político es nueva para mí. Alguna vez, hace unos años, hice un experimento que consideré útil para mi labor de teorizar; una pequeña campaña de dos meses como aspirante a la Cámara de Bogotá. La consideré un acercamiento para conocer, en lo posible, la realidad política. Ya me era lejana pues la militancia política de mi papá había terminado tiempo atrás y de ella sólo me quedaban recuerdos de una niña en medio de las reuniones políticas en los pueblos del Cauca.

La conclusión que obtuve de mi aventura me pareció que sellaba mi destino como teorizante: la política electoral es muy difícil. Existe un voto de opinión, pero es de difícil acceso y está ligado a los medios de comunicación; y existe un voto turbio que se mueve con unas fuerzas con las que no me atrevería a mezclarme.

Sin embargo, la coyuntura que hoy se me ofrece es muy distinta. El expresidente Uribe, en un gesto de responsabilidad democrática y generosidad, ha decidido volver al Congreso de Colombia y usar su prestigió para que el voto que lo admira y lo respeta sea útil no solo para elegirlo, sino para elegir un numeroso grupo de uribistas. Se trata de devolverle a este sector democrático su legítima representación política, usurpada por aquellos que, elegidos por nuestros votos, optaron por políticas diferentes a aquellas por las que los elegimos. Se trata de construir una fuerza política sobre bases ideológicas, donde lo importante no son las personas sino las ideas. Se trata de buscar una renovación política, un partido donde las personas están supeditadas a las ideas y no a caudales electorales o financieros.

He sido distinguida con un puesto de honor en esa lista y lo recibo con responsabilidad. Entiendo el reto que supone pasar de pensar en los problemas y arriesgar soluciones, a asumir la pesada tarea de llevarlas a la práctica. Por eso dejaré por un tiempo estas páginas, en el intento de llevar a la acción las ideas en las que creo.

 

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