De la precariedad vive nuestro sistema político

Columna del lector
21 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Por Sergio Hernández Vásquez

“La calle está dura", me dijo un amigo que me explicaba el porqué de su adhesión a uno de los candidatos a la Alcaldía de Cali. Él, un economista recién egresado, no lo hace por convicción, ni por militancia partidista. Su participación en la campaña es motivada por la esperanza de un futuro empleo en la Alcaldía. Dicho de otro modo, ser cuota del alcalde. Él es sólo un caso de miles. Muchos o quizá la mayoría se adhieren a un determinado candidato como mecanismo para conseguir un empleo en el futuro. De la precariedad vive nuestro sistema político.

La precariedad laboral es determinante en el proceso político que se lleva a cabo en nuestro país. La alta tasa de desempleo, 10,8 % para agosto del presente año, golpea especialmente a los jóvenes (17,5 % en julio de 2019). En la adhesión a campañas políticas se encarna la posibilidad de “estabilidad laboral” mediante un empleo en las instituciones estatales por los próximos cuatro años. Tras cuatro años solo queda una opción: venderle el alma a otro diablo. Solo hay una forma de acceder a tan codiciados puestos burocráticos, pues apostar por un candidato puede abrir la puerta a un futuro distinto. Se trata de la supervivencia en un país donde un trabajo digno es solo una ilusión.

Los trabajos temporales (dos o tres meses), mal pagos, con extenuantes jornadas de más de diez horas, por un lado, y, por el otro, desempleo que ataca a las grandes ciudades constituye la mezcla perfecta para engrosar las filas de un “ejército de apoyos” a campañas políticas en Colombia. Esto sumado a quienes en estos momentos ocupan plazas en las alcaldías y gobernaciones que para conservar su empleo deben irse con la fórmula ganadora. No es inusual escuchar el famoso “ayúdame votando por mi candidato”, “firma esta lista” o “acompáñame a la reunión con el candidato al consejo”, de personas preocupadas por conservar su puesto de trabajo. De la precariedad vive nuestro sistema político.

Muchos, quizá la mayoría, de los políticos que se presentan a elecciones aprovechan esta ventana que produce un sistema social como el nuestro, para que entren en la campaña cientos de jóvenes que aspiran a un favor a cambio de su apoyo. Ninguno pone en tela de juicio estas prácticas lesivas a nuestra democracia. Los ciudadanos no pueden dudar de esta lógica política. La subsistencia y la estabilidad laboral pesan más que la dignidad y el análisis sobre las consecuencias para la democracia de esta práctica; la política se degrada al último lugar para darle paso a una red de “favores” que termina beneficiando a quienes han estado en el poder desde el inicio de la república. Prácticas lesivas que impiden que sujetos carentes de poder burocrático accedan a la política como un nuevo aire en ese “viejo mundo” llamado Colombia.

Es un círculo vicioso, en el que los políticos gobiernan precarizando a la población, y los “pobres ciudadanos” tienen que acudir a quienes los tienen en esa situación para tener alguna esperanza en el futuro. Destrozar estas relaciones de dominación es un paso para romper la rueda de la historia, que ha girado durante décadas en la misma dirección. Así, quienes se aprovechen de las condiciones de precariedad de los ciudadanos colombianos no merecen tener el honor de gobernar este país.

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