De lacras y sueños

Rodolfo Arango
20 de abril de 2015 - 12:43 a. m.

NO PARECE POSIBLE ESCAPAR A nuestra historia de oscurantismo.

La cultura política de un pueblo condiciona su presente y su futuro. Pero sucumbir al fatalismo y la apatía no parece una opción aceptable. El conformismo es un lujo demasiado costoso que no nos podemos dar. Tiene sentido, entonces, analizar el malestar de la sociedad y buscar salidas por ahora pensables, más tarde realizables. En este contexto cabe preguntarse qué tienen en común la criminalidad uribista, la manipulación santista, la violencia guerrillera y la corrupción política.

Crímenes de uribistas son verificados y sancionados profusamente por los jueces y magistrados. Infinidad de servidores del expresidente han sido condenados por chuzadas, cohechos, conciertos para delinquir, falsos positivos, despojos de tierras y todo un rosario de conductas punibles. Lo que en cualquier país digno del mundo sepultaría las posibilidades políticas de este movimiento, en Colombia es justificado cual medio necesario para preservar fines supremos: salvar a la patria de la amenaza comunista.

Otro tanto sucede, aunque más sutilmente y con suma elegancia, por los lados del actual mandatario. Bombardeos en el extranjero aduciendo persecuciones “en caliente” (de guerrilleros dormidos), intentos de saneamiento de tierras ilegalmente adjudicadas, uso de facultades constitucionales inexistentes para objetar reformas constitucionales o instrumentalizar la paz para fines electorales son manipulaciones que subestiman al contradictor y lesionan la confianza pública, todo en juiciosa aplicación de la doctrina del mal menor.

La violencia guerrillera ocupa capítulo aparte. Es proverbial y autorreferente, santificada por dogmas trasnochados, justificaciones pueriles o autos de fe delirantes. La negación de la vida es en la mente de los subversivos algo naturalizado que los degrada en su condición humana. Las guerrillas de las Farc y del Eln impiden con su pensamiento escatológico la expansión de una izquierda democrática y civilista, que pueda ser una alternativa real a la forma excluyente, ligera y cínica con que ha sido gobernado el país por décadas.

Los políticos profesionales, salvo honrosas excepciones, completan el cuarteto de plagas sociales. Han hecho del Estado un botín, con la complicidad de particulares corruptos. Los estadistas han muerto. El político clientelista, que es regla general, desconoce que nadie es libre en un Estado sin soberanía. La hegemonía de lo privado, de los intereses individuales, del enriquecimiento rápido, lícito o ilícito, y del arribismo social lastran la posibilidad de dignificar la política y devolver la grandeza a una vida al servicio de la comunidad política.

Central a la defensa de los asuntos públicos (res-pública) es anteponer el respeto a la ley a las propias convicciones o creencias. Es reivindicar las virtudes de la sobriedad, la generosidad y la decencia. Es procurar construir y realizar concepciones de mundo que honren la inteligencia, la sensibilidad y la creatividad humanas. La cultura es la morada del ser, decía Heidegger rememorando a los griegos. Un legado de enaltecimiento de lo común a todos, de entrega abnegada a ideales que nos dignifican, de descentramiento del ego y apertura a la otredad son buenos antídotos para la reconstrucción. Muchos y muchas, sobre todo jóvenes, están empeñados en la superación de las lacras descritas. Muy pronto empezarán a verse los resultados.

 

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