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De las revoluciones a las movilizaciones emergentes

Francisco Leal Buitrago
20 de julio de 2013 - 12:15 a. m.

Revoluciones como la inglesa, la francesa y la “americana” permanecen en el imaginario universal, pues son semilla del Estado liberal que busca cubrir el escenario planetario. Por su parte, los países conmemoran revoluciones que forjaron lo que ellos consideran sus independencias.

Las demás van hacia el olvido (incluida la Revolución de Octubre, que agitó al mundo en el siglo XX) y pocas sobreviven, como la cubana. Algunas, que se autoproclaman, son caricaturas del pasado.

La sobrepoblación mundial continúa en expansión y con tendencia a urbanizarse. Sus sectores medios crecen, en particular los de jóvenes que aplican día a día los avances de la comunicación virtual, con lo que adquieren mayor conciencia de los problemas que afligen a sus sociedades. Por eso, la globalización apoyada sólo en la cúspide de la pirámide social es cosa del pasado.

Este veloz proceso abrió sus puertas abruptamente con las protestas de la Primavera Árabe, que alcanzaron luego otras latitudes. En Brasil, la vecina capital del mundo futbolero, ese deporte encendió la hoguera.

En Colombia hay opiniones que plantean que no es factible que tal fenómeno llegue al país. Argumentan que mientras subsista el conflicto armado no hay tal posibilidad, pues éste absorbe toda la atención. Dicen también que las violencias y la corrupción han adormecido a la sociedad.

Pero, pese al conflicto y otros argumentos al respecto, no sería sorprendente que emergiera un estallido en el país, dadas las dimensiones de la desigualdad social, la marginalidad de gran parte de la población, el creciente “rebusque” y, ante todo, la corrupción rampante.

Difícil de imaginar que puedan evitarlo eventuales reformas políticas que sean efectivas, pues quienes las pudieran aprobar son en buena parte los beneficiarios de la situación descrita. Además, cualquier posible cambio electoral útil para erradicarla tendería a ser neutralizado por el tráfico de votos, cuyo instrumento son los millones de seres que rebuscan cada día su sustento.

Las movilizaciones emergentes difieren de las que con justicia promueven campesinos y grupos populares –como la del Catatumbo–, que son producto del abandono del Estado. Y se distancian aún más de los paros gremiales derivados de malos manejos en política económica, que son aplacados con subsidios oficiales pagados con nuestros impuestos.

Esas movilizaciones serían el rechazo público a las corruptelas y la ambivalencia oficial en plantear soluciones efectivas para ello. Si llegaren, no serían expresión de intereses electorales —así sean novedosos—, sino de descontentos iniciados por sectores medios de jóvenes unidos por el boom de las redes virtuales de comunicación. Amago de ello fue la pasada experiencia de frenar la absurda reforma educativa del Gobierno.

Esa eventualidad podría además proyectarse a la política electoral. Pero para que esto ocurra tendría que haber surgido antes un movimiento con credibilidad suficiente para ocupar el espacio disponible para las prácticas políticas sustentadas en la ética.

 

* Francisco Leal Buitrago

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