De microbios y microbianos

Julio César Londoño
24 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

De los desórdenes mentales, las neurosis son las más simpáticas porque se manifiestan en formas pintorescas y más o menos inofensivas (nota: ignoro qué significa “neurosis”. Mientras lo averiguo, ignórense sus aristas criminales y entiéndase aquí el término como una manera de designar manías inofensivas y pintorescas). El señor que verifica a cada segundo que la billetera, las llaves y el celular siguen en sus bolsillos, la señora que vuelve a verificar que el rímel, el niño, el perro, el marido y los objetos del marido están ok, y los que tienen que secar el círculo que deja un vaso helado en la mesa, y los que necesitan que sus lápices mantengan un afilado medio, ni muy romo ni muy agudo, y los que son fanáticos de la vertical y del ángulo recto, y los que doblan el diario exactamente por su pliegue, y los que jamás le doblan una página a un libro, me inspiran una ternura que se parece mucho al amor.

Claro, un detective ve en estas personas un asesino, en potencia o en acto. Yo veo un cristiano adorable. Cuando tenga mi propia academia, pondré en el frontispicio “solo para neuróticos”.

Los psicólogos creen que esta patología es producto de una irritación de la psiquis por la conjunción de una pulsión insoportable, el perfeccionismo, y dos carencias insubsanables, el talento y la bondad. Como las tres son virtudes imprescindibles, incompatibles e inalcanzables, perseguirlas es vano, el sujeto se frustra y termina secando pocitos y ordenando al milímetro el mundo.

Un caso especial del neurótico es el microbiano. Es una especialización, digamos. Nota: todo microbiano es neurótico, pero no todos los neuróticos alcanzan el nivel microbiano. Detectarlos es difícil porque saludan y miran normalmente. Me explico. Cuando interactúan, los terrícolas miran de tres maneras: si están interesados en lo que el otro dice, lo miran a los ojos; si quieren llevárselo a la cama, le miran la nariz y la boca; si les interesa un culo el sujeto, su pito y su proyecto, miran el pocito del vaso.

El microbiano es distinto. Te mira a los ojos, pero su visión periférica ya escaneó el pocito. No te mira la boca, pero sabe que esa partícula en la comisura de tus labios es una borona de galleta. Aunque lo perturben esas hojuelas de caspa en tus solapas, jamás te mirará los pechos (de cada 100 microbianos, solo 13 son mamíferos angurrientos).

No te sorprendas si de repente, sin quitar sus ojos de tus ojos, ¡zaz, le da un papirotazo a la mesa con el periódico!

Debajo, yace una mosca perfectamente destripada y sanguinolenta.

Debajo de la aparente normalidad con que aprieta tu mano al saludarte, bulle un mar de asco. Sabe todo lo que has hecho con ella recientemente. Sabe que un terrícola se toca y se hurga y se limpia por todas partes con sus manos más de 300 veces por día, incluso dormido, y que le pasarás con tus inmundos tentáculos trazas de secreciones viscosas, hilillos de babas de tus mucosas, ejércitos de ácaros, pelillos, cerumen, escamas cutáneas, microbolitas de cebo, bacterias, microbios, todo ese cosmos infinito y asqueroso que conforma el milagro que es el ser humano.

En sus carteras, estoy seguro, cargan bactericidas, pañitos húmedos, pañitos secos, hilo dental, enjuagues, condones de alto calibre y quién sabe cuántos profilácticos más.

El neurótico va por el mundo cargando dos cosmos, el real y el neurótico. Lo ordena todo y todo lo limpia, mata bichos y microbichos, nos estira la mano, sonríe, nos mira a los ojos y se aleja con el estoicismo que solo estilan los héroes anónimos.

 

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