De pandemias, abusos y ridículos

Javier Ortiz Cassiani
16 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Las pandemias no solo ponen en evidencia las fallas estructurales en la construcción de las políticas de protección social —ni que decir de los sistemas de salud—, sino que también desnudan las miserias añejas de la humanidad. Dejemos a Boccaccio y su Decamerón en el estante de la biblioteca y acudamos al poeta Buccio di Ranallo. Al igual que Boccaccio, Buccio nació en Italia, pero no goza de tanto prestigio. El historiador Pierre Toubert, una autoridad en los estudios sobre el feudalismo europeo, dice que algunos pasajes de su poema-crónica Cronoca aquilana rimata representan una de las mejores fuentes históricas para analizar la peste negra que asoló al mundo en 1348. Buccio fue testigo de la peste, publicó su texto apenas diez años después de ocurrida y fue rimando versos para hablar de cómo algunos se aprovecharon subiendo ostensiblemente el precio de los comestibles. Se especulaba con todo. Ante la inminencia de la muerte se cobraban cifras exorbitantes por la elaboración de testamentarias y, como mucha gente moría sin poder hacer ese trámite legal, los avaros se apropiaron de bienes que no les pertenecían. Se movían como aves carroñeras en medio de la pandemia.

En estos tiempos Buccio escribiría una crónica similar. Aquí, ahora, los miserables y los corruptos no se toman licencias ni en tiempos de desgracia. Al contrario, se especula con los precios, se sobrefacturan mercados y se estafa con las ayudas humanitarias. Buccio escribió sobre el alto precio del pollo, los huevos, la carne y los frutos; ahora quizá ensayaría unos versos sobre unas latas de atún que fueron facturadas por el proveedor y pagadas por la Gobernación del Atlántico a $20.000 cada una, cuando normalmente no cuestan más de $5.000.

Pero la pandemia también exhibe los ridículos presidenciales. Y de este lado eso parece ser una falla estructural. Veamos: es normal que a uno lo sorprendan ocasionalmente pensamientos ridículos, que de pronto uno se vea traicionado por el tarareo de una melodía pegajosa que no asumiríamos en público. Uno puede hasta suponer que Iván Duque, mientras se ducha, canta canciones de Maluma y de Silvestre Dangond; es más, uno hasta lo puede imaginar repitiendo este estribillo: “William Vinasco Che está narrando con caché”. Lo que parece absurdo es que un presidente convierta el ridículo privado en una especie de banda sonora de su Plan de Desarrollo. Todos saben lo que pasó en la entrevista con el famoso locutor, así que no repetiré la escena. Pero, para estar en sintonía, terminaré con una anécdota de fútbol: hace un tiempo Daniel Samper Pizano escribió una nota en la que contó que Guillermo la Chiva Cortés solía recibir gente en su amplia oficina para ver partidos de fútbol por televisión. El mismo Belisario Betancur, cuando era presidente de la República, pasó por allí para mirar un encuentro de la selección Colombia. Cuenta Daniel que en esa ocasión los nacionales ganaban por la mínima diferencia y al presidente se le ocurrió comentar que había que sacar a un delantero para meter a un defensa. Contrariado, la Chiva lo miró: “¡No seas huevón!”, le dijo. Todos quedaron en silencio. Entonces Belisario tomó la palabra: “Guillermo: quiero recordarle que yo soy el presidente de la República y en ciertos casos se me debe, incluso, el título de Su Excelencia. De modo que cuando se dirija a mí no le permitiré esos términos. Tendrá que decirme: Su Excelencia, no sea huevona”. La sala estalló en carcajadas. Por supuesto, presidente, ni usted tiene el fino sentido del humor que tenía Belisario ni yo el desparpajo de la Chiva Cortés.

 

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