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De paseo por el centro

Sergio Otálora Montenegro
28 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

Vale la pena hacer un poco de memoria: todos los gobiernos, desde la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha, han sido de centro, así lo han declarado, tal vez con la excepción del régimen laureanista, la dictadura militar de Rojas Pinilla y la extrema derecha de Uribe que, sin embargo, se autodenomina “centro democrático”.

Por lo tanto, el centro ha sido una etiqueta, una lpalabra desprovista de sentido, utilizada para disfrazar o, mejor, ocultar la verdadera catadura de la agenda dominante en Colombia: estado de sitio, justicia penal militar, consejos verbales de guerra, criminalización de la protesta, exclusión de los partidos y movimientos opositores en los pactos del Frente Nacional, represión durante el paro cívico de 1977, estatuto de seguridad, torturas, desapariciones, masacres, asesinatos selectivos, mano tendida y pulso firme, guerra integral, aniquilación del narcoterrorismo, falsos positivos.

Todo a nombre del centro y de la defensa de las instituciones.

En 2020, se ha vuelto una estrategia de campaña. La cosa es clara: Sergio Fajardo exagera eso de la polarización, los extremos, y él tan juicioso y equilibrado, en el centro, quiere ser el salvador, el mesías en la cuerda floja del ni-lo-uno-ni-lo-otro. Su consigna: “yo en eso no me meto”.

Confunde, de aposta, carácter con ideología. Interpreta confrontación, crítica y oposición, con intemperancia. Su estrategia es de mentiras. No hay duda: le encanta el poder, su ambición la disfrazó de voto en blanco, saboteó la posibilidad de una alternativa al uribismo. Ahora vuelve por sus fueros: el exgobernador de Antioquia y exalcalde de Medellín ya ha dicho, sin medias tintas, sin tibiezas (porque para eso sí vale la pena ser de una pieza) que él no quiere nada con Petro. Nada con extremistas.

Semejante premisa se convierte en una contradicción casi insalvable: es pura intolerancia sacar del juego al posible rival, de pronto al que no puede derrotar. O dar la impresión de que su espíritu impoluto, incontaminado, con la asepsia de una sala de cirugía, no puede con la escoria. Pero todo eso es pura puesta en escena.

Fajardo en otros momentos ha sido un “progre”. Sus ideas y las del líder de la Colombia Humana, por ejemplo, no se contraponen. Se encuentran en varios caminos. Pero tal vez el antiguo profesor de matemáticas descubrió, dentro de sus propios cálculos, que Colombia está madura para un gobierno de “centro”.

Un imposible ejercicio del poder sin sobresaltos. ¿Cómo puede uno enfrentar al monstruo de mil cabezas del narcotráfico sin generar conflicto y reacciones incluso violentas? ¿Desmontar ese negocio, tomar una posición independiente de las imposiciones de Washington, sin indisponer a nadie, sin reacciones furiosas de Estados Unidos, sin la amenaza de la descertificación? ¿Profundizar en el proceso de paz, abrir las compuertas de una participación ciudadana vigorosa, romper la hegemonía de los tenebrosos poderes regionales aliados con el narcotráfico, los paramilitares, y los señores de la tierra, sin “subirle la guardia a nadie”?

¿Vio Fajardo la entrevista de Ariel Ávila y Andrea Aldana, en El Espectador, con las disidencias de las Farc de Gentil Duarte e Iván Mordisco? ¿Vio que se volvió una guerra de todos contra todos, marinada con el inagotable brazo financiero de la mafia y la miseria secular?

Carlos Lleras Restrepo decía que el Partido Liberal era una coalición de matices de izquierda. Dos líderes rompieron esa monotonía violenta del poder: Alfonso López Pumarejo y Belisario Betancur. El primero trató de modernizar al país; el segundo quiso lo mismo, a través de un incomprendido proceso de paz.

Uribe fue una novedad: armó una coalición mafiosa de extrema derecha, de anticomunismo cerril, destinada a vencer, a sangre y fuego, a la guerrilla. No pudo, a pesar de toda la propaganda que se encargó de promocionar lo contrario. En medio de ese intento fascistoide, se instauró uno de los periodos de mayor corrupción en la historia del país. ¿Se propone Fajardo, con el cuidado de no romper ninguna de las rancias porcelanas del olimpo republicano, atraer a esa “coalición de matices de izquierda”, a los negacionistas del conflicto armado que han gobernado al país casi por una eternidad, para de golpe hacer todo distinto pero, al final, igual?

Lo que sí es claro es que Colombia está madura para una coalición progresista, de defensa de la paz y de la vida, que logre superar los profundos estragos de una guerra que se niega a desaparecer, porque tiene la gasolina de la ilegalidad de las drogas, una economía campesina sin alternativas de desarrollo, y una matriz cultural escayolada por décadas de ignominia.

El país necesita una fuerte unión de voluntades que dé pasos definitivos para sacar los fierros de la confrontación política, tanto a la izquierda como a la derecha. Hay una agenda: los acuerdos de La Habana y del Teatro Colón. Son una plataforma de gobierno. Cumplirlos es ya, en cierta forma, una gran transformación hacia un futuro sin plomo de por medio. 2022 está a la vuelta de la esquina, aunque también dicen que en política dos años son una eternidad.

Fajardo apoyó el proceso de paz de Santos y los acuerdos logrados. Cree en la JEP, en la verdad, justicia y reparación. Petro camina por las mismas coordenadas. Y todos los demás posibles candidatos que buscan una alternativa socialdemócrata. Al final, el problema es de temperamentos y de ambiciones. Petro el incendiario, Fajardo el ecuánime. Sin embargo, hay en marcha una peligrosa estrategia política de inventar polarizaciones para deslegitimar una opción. Por lo tanto, eso del centro en oposición a los extremos es un juego de palabras. Un ejercicio retórico que puede tener consecuencias nefastas.

La historia reciente de Colombia muestra con claridad quiénes son los que no quieren diálogo, aúpan la guerra, y buscan acabar cualquier solución civilizada a la barbarie. Esos son los verdaderos heraldos de la violencia. A ellos hay que derrotarlos en las urnas bajo la consigna de la unión de voluntades, sin protagonismos.

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Alberto(3788)28 de noviembre de 2020 - 11:59 p. m.
Muy acertado análisis.
miguel(k9x72)28 de noviembre de 2020 - 10:23 p. m.
Excelente y atinada columna. Si la izquierda y centroizquierda dejaran a un lado el egocentrismo y los individualisdmos, el expresidiario exsenador no tendría la menor oportunidad de seguir desangrando al país. Es la ocasión de cerrar filas en torno a Petro como la mejor alternativa contra la injusticia social, la inoperancian y abandono del Estado, la corrupción de la derecha fascistoide
Sergio(3490)28 de noviembre de 2020 - 05:14 p. m.
Felicito al columnista por la claridad y la contundencia con la que define la tibieza del oportunista y narciso. Fajardo representa sólo un cambio cosmético, literal y figuradamente, apariencias de cambio, eslóganes sobre educación vacíos, sin fondo ni sustancia, no le interesa confrontar con los terratenientes ni los gremios ni las FFAA ni las oligarquías, "cambiar" para seguir igual.
Fernando(70558)28 de noviembre de 2020 - 05:22 p. m.
Análisis contundente y clarísimo. El "centro" que se dice democrático, se contradice, no es coherente al estigmatizar y ser intolerante con quien presenta una visión de país diferente. Solo falta que con sus propias voces digan que están por el status quo, porque nosotros ya entendimos que eso es lo que prefieren en aras de sus egos. La defensa de La PAZ y la VIDA no da espera. Vamos con Petro
MarcoA(cc67q)28 de noviembre de 2020 - 04:35 p. m.
La disyuntiva para el 2022 es entre quienes defendemos la vida, los derechos de la naturaleza, lo que queda de la Constitución del 91, el acuerdo de paz, contra aquellos que pretenden seguir alimentando sus privilegios con corrupción, con engaños, con violencia, con el asesinato de los contradictores, con violencia.
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