De qué sirve la verdad, cuando se están contando mentiras

Mauricio Navas Talero
07 de marzo de 2017 - 03:28 a. m.

Ignorar los detalles de la vida real cuando se narra una ficción parecería un derecho o, por qué no, una obligación del escritor. Saltar por encima de los detalles de la realidad para poder contar un buen cuento. Por qué no. ¿Qué sería de nuestra vida si Supermán no hubiera podido volar? ¿Habría sido procedente exigirle al autor del superhéroe ponerle los pies en la tierra y darle como mucho la posibilidad de levantar a puños y a patadas a sus maléficos contrincantes, como le toca a Batman? Y ni así, porque hasta el mismo Batman tiene características y aparatos que aún no se consiguen ni en el gimnasio ni en Ktronics.

¿Debe el escritor de ficción limitar su pluma por cuenta de las referencias documentales?

La realidad fáctica, se me ocurre, se debe separar de la realidad conceptual. Una cosa es ignorar la ley de la gravedad y otra es imaginar que una traición no es dolorosa o infame. Hay mentiras que divierten y elevan a dimensiones edificantes; hay las otras, las que confunden y perturban la conciencia y el pensamiento. Que una mujer bella, delgada, logre amansar a golpes a una pandilla de 12 maleantes es, lo más probable, una mentira reconfortante, pero que un padre maltrate a su hijo y este hijo no sienta dolor es la cápsula de un veneno de cuyos efectos no alcanzo a imaginar el alcance. El autor, fabricante de espejos para su circunstancia, se equivoca cuando desestima la calidad del cristal con que fabrica el reflejo. Dice Eugene Vale: “Nunca antes había sido tan grande la necesidad de un redescubrimiento contante de nuestras vidas porque nunca antes el ambiente había cambiado con tanta rapidez. El mundo tiende a ser algo extraño para nosotros a cada hora por la forma en que está creciendo, día a día, en un millón de lugares separados. Se aleja cada vez más de nosotros con pasos tan pequeños que no los percibimos. Y sin embargo, si de a ratos no lo recapturamos, habremos de terminar, en poco tiempo, sin un sentido real del ser, atrapados por nociones petrificadas y marchitas de climas de un mundo anterior, viviendo como fantasmas en ambientes imaginarios que una vez fueron reales pero ya no existen”.

En la aldea nacional, la ficción amparada en la libertad de expresión para eludir el respeto por lo edificante es y está siendo letal. Quien ve la televisión nacional lo sabe.

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