De rodillas

Arlene B. Tickner
12 de septiembre de 2018 - 02:00 a. m.

Cada que llega un nuevo gobierno en Colombia es costumbre que Estados Unidos pasa factura de las supuestas falencias del anterior, y plantea una mezcla de zanahorias y garrotes para corregir las conductas erróneas y así reposicionar sus intereses.  Si bien en algunas ocasiones, los ocupantes entrantes de la Casa de Nariño han sabido utilizar coyunturas específicas de la relación bilateral para apartarse de las pretensiones paternalistas de Washington y potenciar los espacios ganados por sus antecesores, Iván Duque no parece ser uno de ellos. 

Durante la presidencia de Juan Manuel Santos, las relaciones colombo-estadounidenses evolucionaron hacia una asociación estratégica caracterizada por menos asimetría, mayor reciprocidad y menos cortejo.  Al tiempo que se maduró una estrecha cooperación conjunta en seguridad en distintos países del mundo, Santos se alejó de la “guerra contra las drogas” y también, con la llegada de Donald Trump, del discurso bélico frente a Venezuela.  Cuando en 2015 puso fin a las fumigaciones de coca con glifosato -- con base en evidencias empíricas que señalaban su afectación negativa de la salud pública, por no mencionar su inefectividad y su hostigamiento de las comunidades cocaleras -- Estados Unidos dio pataletas pero reconoció dicha decisión soberana. 

Estando Trump en la Casa Blanca y ante el aumento exponencial de los cultivos ilícitos en Colombia, el tono respetuoso de la administración Obama comenzó a reemplazarse por uno más imperativo y hostil, ante lo cual Santos respondió que “nadie tiene que amenazarnos para enfrentar este desafío”.  En agosto 2017, el presidente de Estados Unidos también había afirmado que no descartaba una “opción militar” en Venezuela, frente a lo cual distintos gobernantes latinoamericanos expresaron su rechazo abierto, incluyendo el entonces mandatario colombiano, quien afirmó en rueda de prensa con el vicepresidente Mike Pence que ningún país de la región aceptaría una intervención.

Dichas posiciones – que han permitido un mínimo de autonomía decisional frente a temas de crítico interés para Colombia y que se tornan aún más importantes dada la volatilidad e impredecibilidad de Trump  -- contrastan fuertemente con las que esboza el gobierno de Duque.  En entrevista reciente con Caracol Noticias, el recién nombrado embajador en Estados Unidos, Pacho Santos – como si estuviera recibiendo señales de Washington y no Bogotá -- afirmó que “las fumigaciones tienen que volver”, la expansión de los cultivos ilícitos es un asunto de “seguridad nacional”, hay que emplear “todas las formas de lucha” y “podríamos convertirnos en un narcoestado” si el problema crece. En el tema de Venezuela, las palabras del nuevo embajador no fueron menos inquietantes.  De plantearse una hipotética invasión armada, afirmó que el presidente Duque no estaría de acuerdo, ya que “debe ser una cosa que resuelvan los venezolanos”, pero que “hay que llevarlos a que lo resuelvan”.  ¿Esto incluye, por ejemplo, respaldar un golpe de estado avalado por Estados Unidos al interior del país vecino?  La pregunta no es de poca monta a la luz de las revelaciones recientes del New York Times.

Una de las mayores lecciones derivadas de los últimos ocho años de relacionamiento con Estados Unidos es que una mayor independencia colombiana no es antitética a la existencia de una relación bilateral robusta.  Con sus primeros actos el gobierno Duque está confundiendo “confianza” – que ya existe y bastante con Washington – con “ponerse de rodillas”.

 

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