De roles y armarios

Melba Escobar
13 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Tengo una niña de cuatro años casi idéntica a otra niña cualquiera de cuatro años. A saber: se viste de rosado, lleva el pelo en trenzas, ve La Princesa Sofía en televisión y, cuando alguien le preguntó hace unos días qué quería ser cuando grande, dijo: “Mamá”.

Su feminidad me resulta tan exacerbada como ajena (yo no soy ni nunca fui así). He hecho esfuerzos por alejarla de la normatividad prescrita en las tiendas de ropa y de juguetes, en las fiestas infantiles y programas de televisión, donde el género se parece a menudo a una coraza rígida de donde no parece haber escapatoria. Rosado para la niña, azul para el varón. Juegos de princesas encerradas en torres, y de caballeros valientes que vienen a rescatarlas. Está claro el código binario: duro/blando, activo/pasivo, temerario/dócil. Así de básico, de limitado y pobre como lo estoy describiendo.

“¿Cuál es la niña más hermosa de tu salón? Dinos su nombre”, dijo un animador hace unos días en una fiesta. Entonces miré a mi hija, no sin algo de angustia, para constatar que se veía incómoda por estar en la lista de las “no elegidas”. Y entonces sentí, al verme verla en medio de una sala llena de madres preocupadas por el inusitado concurso de belleza, que el problema es la facilidad con la que replicamos acciones que sabemos erróneas, la liviandad con que sucumbimos al reinado a los cuatro años en medio de una fiesta infantil.

A veces me pongo nerviosa, entonces corro a librerías a buscar historias de mujeres valientes, como quien busca una medicina para bajar la fiebre. Vuelvo a escarbar entre las películas, intento dar ejemplo, me esfuerzo. Pero entonces me pregunto, ¿y si ella es así? ¿Si esa es su naturaleza, no porque unas “fuerzas oscuras” quieran imponerle el rosado como si fuese una mordaza, sino porque el rosado es su color favorito genuinamente? ¿Tendría entonces que forzarla a vestirse de azul, a jugar al fútbol aunque se muera por usar un tutú de bailarina? Y así he llegado a entender que justamente se trata de romper un sistema binario, sea en una u otra dirección. Porque al final no creo que se trate de una forma correcta versus una incorrecta. No creo que el ideal sea la niña de pelo corto que quiere montar en la patineta y treparse a los árboles en contraste con la femenina y delicada princesa.

Se trata pues de abrir un espacio a la libertad de elección, donde cada quien se disfrace como quiera, elija sus gustos, sus actividades, sus afectos, sin que ninguna de estas cosas venga prescrita por una sociedad normativa frente a los géneros y sus roles. El problema es comprender que estas conductas suelen ser inducidas, casi impuestas.

Mi sueño es que mi niña sea libre siempre de elegir sus preferencias y que pueda ser querida y aceptada, independientemente de cuáles sean. Que cada quien se disfrace como quiera y que pueda decir, tal como dijo una amiga que vive en Suiza, “nunca salí del armario porque ni en mi contexto ni en mi familia hacía falta ocultarse dentro de uno”. Qué suerte, pensé. Ojalá en un futuro no muy lejano aquí tampoco haga falta ocultarse en la soledad de un armario.

@melbaes

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