De Rusia con amor

Dora Glottman
25 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

Sólo se les ha visto una vez. Y ni eso. La cámara de vigilancia que lograron intervenir agentes de inteligencia holandesa desde Zoetermeer a duras penas permite identificar algunos rostros de quienes entraban y salían de una de las oficinas más blindadas del planeta: la del grupo de hackers rusos conocido como “Cozy Bear”, que espía al mundo desde un salón de clase en la antigua sede de la Universidad de Moscú en plena Plaza Roja y a pocos pasos del Kremlin. La cámara de vigilancia —controlada a más de 2.180 kilómetros de distancia— estaba situada en un corredor del viejo edificio y del video que grabó se lograron fotos que servirían para confirmar lo que las agencias de inteligencia del mundo sospechaban: que los pocos miembros identificados del grupo de ciberespías más poderoso de la historia son empleados del Servicio de Inteligencia Exterior de la Federación Rusa. Es decir, agentes del Estado.

La historia de los hackers rusos parece ficción o una maniobra propia de la Guerra Fría, para no ir tan lejos. Me recordó el clásico de James Bond “De Rusia con amor”, una película de 1963 basada en una novela de Ian Fleming en la que las intrigas entre espías ya eran parte de la cultura general. Es tan espectacular todo lo que rodea a “Cozy Bear”, que sólo por eso merece ser contado; sin embargo, su más reciente crimen ya es un asunto de vida o muerte y por eso hay que mirarlo con otra óptica. Casi todo lo que se conoce de ellos es gracias a la inteligencia holandesa, que en 2014 no solo controló a distancia la cámara de vigilancia, sino que además logró hackear a los hackers. Eso quiere decir que se infiltraron en sus computadores y espiaron desde ahí sus actividades.

Fueron los holandeses quienes informaron a Estados Unidos cuando los rusos infiltraron la red de computadores del Departamento de Estado, de la Casa Blanca y de la sede del Partido Demócrata durante las elecciones del 2016, publicando además correos electrónicos que darían la sensación de un partido dividido y a la deriva. Pero no bastándoles con haber ayudado a Donald Trump a ganar la Presidencia, esta semana trataron de robar la investigación sobre coronavirus de varias universidades y centros privados y públicos de investigación. Aparentemente no se hicieron con información valiosa antes de ser detectados, pero, juzgando por lo que dicen los holandeses, en la oficina de “Cozy Bear” siempre están trabajando y probablemente lo intenten de nuevo. También se les conoce cómo APT29, las siglas en inglés de la calificación que les han dado los servicios de inteligencia y que denota su nivel de peligrosidad. APT significa Advanced Persistent Threat, o amenaza persistente avanzada, y ya para nadie es secreto que reportan directamente al Kremlin. Los gobiernos de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido señalaron directamente a Vladimir Putin de estar detrás del intento de robo, y entre la evidencia que ofrecen está que los hackers cuentan con fondos y acceso a tecnología que solo podría ofrecerles un gobierno. Una de las muchas investigaciones que vinculan al Kremlin incluye registros de teléfonos intervenidos de altos funcionarios rusos que revelan que buscaron noticias relacionadas con “Cozy Bear” antes de que sucedieran. Y la prueba reina: todo el mundo sabe dónde están y nadie puede ir por ellos.

Como dicen las señoras, esto del internet no lo han terminado de inventar. Tampoco los cibercrímenes, y crece ese submundo anónimo e invisible. Tal vez no debería de sorprender que se sume a la carrera por la vacuna contra el coronavirus. A su manera. A mí sí me impresiona que, ante semejante urgencia por la vacuna, estemos contando historias de ficción. Me hubiera parecido más lógico, ante esta tragedia planetaria, ver el mundo unido en la búsqueda científica de la vacuna y la manera más eficiente de producirla y distribuirla, pero se ha convertido en una competencia de dinero, egos y poder y es por eso que tienen su parte en ese ajedrez los ilegales.

El espionaje alrededor del desarrollo de la vacuna señala un nivel de frialdad y corrupción casi increíble. La insistencia de los espías rusos recuerda la época en que lo que buscaban era ganar la carrera espacial. Y la ganaron. El primer hombre en viajar al espacio fue el ruso Yuri Gagarin y el primer satélite también fue suyo. A eso hay que sumar la carrera por las armas. Esta semana Rusia probó un arma antisatélites en el espacio con nueva tecnología y hay expectativa por el acuerdo al que podría llegar con Estados Unidos y China sobre los límites de su arsenal nuclear. Falta ver si serán también los rusos los primeros en lograr —por las buenas o por las malas— la vacuna contra el coronavirus y de paso el control del mundo. En “De Rusia con Amor”, James Bond derrota a los rusos y termina la película con un romántico paseo en un canal en Venecia con el amor de su vida. Los

de “Cozy Bear” no merecen un final tan feliz.

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