De secundario en su escena principal

Toda fotografía tiene un excedente. El caso del presidente Iván Duque arrancando una mata de coca en camisa blanca, mientras su guardia, acompañantes y policías miran entretenidos y posan, es una de esas imágenes que nunca pararán de dar. La composición es tan fértil como la coca.

A Duque le luce el trabajo manual. Estamos ante un gran entusiasta de la Presidencia. Un entretenedor. Un recreacionista. Arriba ese ánimo, Tumaco, llegó el mismísimo presidente desde Bogotá a echarles una mano con la tarea. Sí se puede. La foto nos recuerda que tenemos un presidente-actor.

¿Cuál puede ser el mensaje de una puesta en escena tan explícitamente falsa? ¿Que los gringos invitados requieren pruebas visuales de nuestra obediencia? ¿Que la cheveridad presidencial no se agota en cabecitas, veintiunas y dulces?

Por supuesto, la mirada de los que acompañan la escena, entre tierna y compasiva, delata a nuestro colono. Algunos parecería que de plano se ríen. ¿De la ocurrencia o del presidente? ¿Quizás de la pilatuna? ¿O de ellos mismos, también convertidos en actores de reparto de un dramatizado?

También está el gesto de la postura presidencial. Apoyado en el azadón, agachado, prácticamente entregado a su labor, cualquiera diría que el primer mandatario vino a darlo todo. La ocurrencia sería menos ridícula si no fuese por la cantidad de antecedentes que tiene la misma imagen en el archivo visual de la puesta en escena de la guerra contra las drogas.

Cuando no es la avioneta que tira el glifosato como si se tratara de un líquido cualquiera o el área acordonada con un par de matas convertidas en el imposible “campos de cocaína”, prima el funcionario de turno y su azadón. La composición que le regala la visita de Duque al departamento de Nariño no iba a ser la excepción. Ya hemos visto a Uribe en situaciones parecidas. Ni el rol protagónico en su escena le está garantizado al presidente.