Debatitis aguda

Santiago Gamboa
28 de abril de 2018 - 03:40 a. m.

Una de las experiencias más chocantes de esta campaña, que acabará con la paciencia de todos, es lo que vemos en los actuales “debates” televisados. Hasta ahora, en Colombia y en otros países, su interés era precisamente la posibilidad de ver debatir a los candidatos, un verbo que significa “discutir un tema con opiniones diferentes”. Pero esto tan sencillo parece no estar al alcance de quienes, en los canales, producen hoy esos encuentros, impidiendo, con una serie de reglas más propias de los programas de concurso, que logren polemizar a buen nivel sobre los temas de la agenda nacional. A tal punto que uno se pregunta si la idea, detrás de esas producciones, no sea justamente esa: suprimir toda posible discusión en aras de una asepsia política que, como es lógico, favorece a alguno y castiga a otros.

Como dije arriba, más parecen programas de concurso al estilo del famoso Concéntrese. El último que vi, el de RCN, fue ya el paroxismo, con un sistema de reglas tan astuto que en lugar de propiciar la discusión la torpedeaba alegremente. Los candidatos disponían de un minuto para hablar de cada tema y un derecho a réplica de 30 segundos, que le aplicaban sobre todo a Duque. Nunca a Humberto de la Calle. ¿Por qué? ¿Y esa bobería de ponerlos a elegir a quién hacerle cada pregunta, como si se tratara de adolescentes en un examen final? Porque el objetivo parecía ser ese: transformarlos en púberes ansiosos, en bachilleres asustados por un timbre que anuncia el fin. Así, los promotores de esta política light obligan a los candidatos a ser híperconcisos, a no explayarse ni ahondar en nada, lo que acaba siendo una tomadura de pelo para el espectador, que espera de ellos justamente lo contrario: que expongan su pensamiento político con ideas profundas, profusas y complejas, pues a cada uno se le supone un nivel intelectual alto que justifique que esté ahí, en el sillín del escenario, y no sentado entre el público.

Por cierto que a nadie se le escapó, en ese debate de RCN, tan estricto en sus reglas, que el método de “infantilización dirigida” favoreció al más púber del grupo, que es Iván Duque. Los demás tienen mucho mejores argumentos e ideas y por eso al limitarles el vuelo a todos, al recortar por lo bajo e impedirles desarrollar con profusión lo que, difícilmente, puede ser sintetizado, se favoreció al candidato de menos peso. Más conociendo la historia de este país, que valora tanto la elocuencia, algo de lo que carece el joven Duque. De ahí que ponerles sordina en el debate lo favorezca. Porque aun si no comparto sus ideas, del lado de la centroderecha hay que reconocer que Vargas Lleras no es mal orador (se parece a Jacques Chirac de joven) y Viviane Morales tiene el tesón de quien no titubeó al encarcelar a Andrés Felipe Arias. Del otro, del lado de los que prefiero, Humberto de la Calle es excelente y destila afecto; Sergio Fajardo enseña y convence con sus ideas innovadoras, y Gustavo Petro, el mejor con el micrófono, deslumbra con cualquier argumento que le pongan. Por eso, más que verlos en esos insulsos debates televisados, que al fin y al cabo son un negocio para los canales, hay que salir a escucharlos a las plazas. Ahí está la verdadera política. Ahí sí, las verdaderas propuestas.

 

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