Debido retorno al África

Eduardo Barajas Sandoval
14 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

En lugar del aspaviento y la reacción desordenada por la llegada de africanos, que amenaza la unidad y las instituciones europeas, las antiguas potencias coloniales deberían retornar al África a pagar la deuda que tienen con ese continente. 

Los grandes procesos de la historia significan impulsos al péndulo que no se pueden quedar sin retorno. Por eso es fácil identificar una de las causas, remota y profunda, de la marejada de migración africana hacia un continente que en su momento resolvió invadir al África, desordenarla, explotarla y luego dejarla abandonada a un destino que habría sido diferente sin la intromisión europea.

Muchos pueblos africanos fueron víctimas de una arremetida salvaje, despiadada y voraz, que se apoderó de sus recursos naturales en ejercicio de un saqueo sin contraprestación, que llegó inclusive a establecer el comercio de seres humanos en proporciones tan grandes que llegaron a cambiar la configuración étnica de otras regiones del mundo, como Norteamérica y toda la cuenca del Caribe.

La destrucción europea del África adquirió tales dimensiones que no se redujo a la salida de barcos llenos de seres humanos objeto de un vil mercado, y productos nativos, sino que destruyó su organización política y social, e impuso patrones culturales y en algunos casos religiosos, que vinieron a perturbar para siempre los procesos propios de pueblos que tenían su propia tradición y su propia forma de vivir la vida.

Una especie de olvido impuesto hace que muy pocos se pregunten por los responsables de haber protagonizado nada menos que el comercio intercontinental de esclavos africanos, que a todas luces es peor aún que cualquier discriminación contemporánea. Responsables que son predecesores de aquellos que hoy se creen investidos de autoridad para andar por aquí y por allá diciendo lo que se debe hacer o evitar en materia de derechos humanos, a través de fundaciones bien intencionadas, que se deberían orientar primordialmente a recomponer lo que sus antepasados desarreglaron. 

Heidemarie Wieczorek-Zeul, prominente figura de la socialdemocracia alemana, visitó Namibia en 2004, en su condición de ministra de Cooperación Económica y Desarrollo, encargada de los procesos de cooperación internacional de su país. Allí, cercana a las lágrimas, tuvo el coraje de decir que “los alemanes reconocemos nuestra responsabilidad histórica, política, moral y ética y el sentimiento de culpa que nos afecta”. Se refería a una masacre protagonizada por tropas de Guillermo II en Waterberg, nombre alemán de un paraje namibio en donde, de manera inmisericorde, se aplastó una rebelión local cien años antes. Los que no murieron en ese oscuro lance perecieron más tarde en campos de concentración, en desarrollo del primer genocidio del siglo XXI, como lo reconoce hoy la Deutsche Welle.

A pesar de que, entonces, su gobierno terminó por desautorizarla, con el argumento de que se trataba de opiniones personales de Wieczorek-Zeul, mas no de un concepto oficial, la misma nobleza que los alemanes han demostrado para reconocer las atrocidades del Holocausto, o recomponer las consecuencias de la división de su territorio y de su sociedad, después de la guerra, comienza a abrirse paso para tratar la materia pendiente del pasado colonial, que fue apenas una parte de la acción depredadora de los europeos en el continente africano.

El ministro de Relaciones Exteriores de la actual coalición en el poder, Heiko Maas, ha dicho que su gobierno desea construir un puente desde el pasado, por la vía del presente, hacia el futuro. Esa afirmación sintetiza una actitud nueva, que permite esperar de parte de Alemania el ejercicio de una especie de liderazgo que no solo reiteraría la capacidad de corregir errores y hechos irreversibles del pasado, sino que serviría de base para emprender acciones específicas de resarcimiento que pueden comenzar por el retorno al África de piezas de museos guardadas hoy en territorio alemán.

Al responder preguntas sobre la contribución africana al éxito de la selección francesa de fútbol, campeona mundial, diplomáticos franceses desarrollan por su parte un discurso que explica las fortalezas de la complementariedad que surge de la unión de fuerzas de los dos continentes. Así se trate de referencias a valores simbólicos, el ejercicio, y los argumentos, no dejan de revestir importancia. El hecho de que esos sentimientos afloren, al menos en los dos principales motores de la Unión Europea, puede ser el asomo de una nueva floración. Británicos, belgas, portugueses, holandeses, italianos y españoles seguramente tendrán argumentos que sustenten conceptos de la misma índole.

De aquí en adelante es de esperar que se pague la deuda histórica de Europa hacia unos cuantos países africanos en donde ya existe la simiente de denominadores comunes como son las lenguas europeas que se hablan, así como instituciones políticas y jurídicas que, bien o mal interpretadas, forman parte de la herencia colonial. El pago de aquello que quede pendiente de dicha deuda no debería ser otra cosa que un vigoroso programa general de ayuda eficiente al desarrollo. Porque el bienestar de los pueblos africanos no solo tendría el significado de una adecuada reparación por los errores del pasado, sino que sería el mejor remedio al problema de la inmigración ilegal que, como se sabe, ha llegado a adquirir tales proporciones y a suscitar tales dificultades, que puede poner en jaque el bien supremo de la Unión.

 

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