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Defensa de las humanidades

Santiago Montenegro
14 de marzo de 2011 - 03:00 a. m.

POR VARIOS PAÍSES DE LA REGIÓN, Andrés Oppenheimer está argumentando con fuerza las ideas de su libro Basta de historias, en el que hace un llamado a mejorar la calidad de la educación para que la ciencia, la tecnología y la innovación se conviertan en motores de desarrollo de nuestros países.

Es muy difícil estar en desacuerdo con Oppenheimer y hacen bien los periódicos y analistas en resaltar sus mensajes para hacer de la educación una verdadera cruzada en nuestros países. En el único punto en el que tiendo a estar en desacuerdo con Oppenheimer es en su alarma porque, según él, en América Latina estamos preparando demasiados humanistas y muy pocos MBA, matemáticos e ingenieros. Yo creo que en esto se equivoca. Seguramente necesitamos más científicos de las ciencias naturales, matemáticos y administradores, pero si queremos generaciones de innovadores vamos a necesitar también humanistas.

Porque la innovación es la creación de conocimiento nuevo para crear valor. Son ideas frescas que generan productos, procesos y servicios novedosos, nuevos métodos de administración, nuevos diseños e inventos que generan ganancias para las empresas, las industrias, regiones y países. Los buenos conocedores de la innovación están de acuerdo en que no hay recetas listas para enseñar a innovar, pero sí es posible crear ciertas condiciones en las cuales es más probable que la innovación florezca. Se puede incentivar la innovación en ambientes que estimulan la libertad individual, la creatividad y la crítica constructiva. La innovación es más probable que aparezca en donde sea posible desafiar las restricciones y la autoridad, en empresas e industrias en donde las personas puedan ignorar convenciones y tradiciones sin miedo a ser castigados y reprimidos; donde la mezcla de ideas, culturas y gente sea permitida y estimulada; en ambientes abiertos, en donde se acepte que no hay métodos ya determinados para plantear hipótesis porque las ideas pueden venir de una inspiración súbita, de un sueño, de otras disciplinas o de personas de trayectorias muy distintas. En pocas palabras, la innovación requiere de la interacción de muchas personas, no sólo bien instruidas en gerencia, matemáticas e ingeniería, sino con excelente expresión oral y escrita, muy capaces de trabajar en grupo, tolerantes y abiertos a las ideas de otros, que sepan escuchar argumentos y aceptar la crítica. La innovación no es sólo de expertos y de administradores, porque unos y otros son prisioneros de sus especializaciones.

Así, la innovación, como todo proceso de conocimiento, es parecida al proceso de creación artístico y requiere también de personas sensibles, soñadoras y con formación integral. Para eso también necesitamos humanistas. No sólo para que les enseñen todas estas cosas a los científicos y a los gerentes, sino para que interactúen con ellos. Y esto es, precisamente, lo que empresas como Microsoft y Google están haciendo en sus centros de investigación. Junto a los MBA, matemáticos e ingenieros, las grandes empresas de las tecnologías de la información y del conocimiento también están contratando a sociólogos, antropólogos, historiadores y filósofos para que interactúen con los gerentes y científicos. Así, más que expertos y mandamases, lo que las empresas y los países necesitan son personas abiertas y tolerantes que entiendan el entorno y la variabilidad del mundo. Para eso necesitamos no sólo entender bien la innovación, sino también defender la enseñanza de las humanidades en nuestras universidades.

 

 

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