Defensas con códigos mafiosos

Cecilia Orozco Tascón
05 de junio de 2019 - 05:00 a. m.

Con códigos mafiosos se aseguran lealtad los narcos entre sí, y con códigos mafiosos atacan a los otros narcos. Con esos mismos códigos mafiosos, ¿defiende el grupo en el poder a los hombres del Ejército? Todo indica que sí: al que abra la boca, lo silencian; al que viole la regla de solidaridad de cuerpo, lo ejecutan; al que dispare más balas, lo premian; al matón, lo admiran; al abusador, lo ascienden; al que reconozca un error, lo declaran traidor; al pacifista, lo califican de cobarde, y al que no tiene agüero, lo ponen de modelo. La reedición, en el gobierno Duque, del sistema de conteo de cadáveres con que se midió en los gobiernos Uribe el éxito militar contra la guerrilla, reedición que, por fortuna, fue develada por The New York Times, va dejando claro que aquella mancha asesina de los uniformados de Colombia no fue producto de una equivocada interpretación del texto normativo que se expidió en la época sino un propósito delictivo de lesa humanidad que regresa con el mismo jefe supremo, y que se disfraza y suspende para evitar la sanción internacional. Pero no por arrepentimiento.

La orden se ha desarrollado por episodios. A solo un mes de reconquistar la Presidencia de la República, una congresista a la que le caben todos los apelativos menos el de cabal, y quien se caracteriza por ser la más salvaje exponente uribista de la ley del fuerte sobre el débil, insultaba a la comandancia del Ejército por no entrar adonde fuere, desenfundando las armas y tirando a matar. Dijo en pleno recinto parlamentario con una agresividad casi homicida (ver): “... ¡llevamos tres meses sin entregar esos cuerpos hasta cuando a Guacho no se le dio la gana! ¡Qué vergüenza! A eso nos llevó el Acuerdo de Paz: a acabar con la Inteligencia, a una cúpula militar inservible que todavía no entiendo por qué continúa...”. Unas semanas después de su regaño a Iván Duque —y como si fuera un mandato de Uribe al presidente dicho por intermedio de la bocona—, el jefe de Estado cambió los mandos y eligió a varios generales cuestionados, precisamente, por haber dirigido los batallones en cuyas jurisdicciones se encontraron casos de “falsos positivos”.

Con razón o sin ella, la justicia lo determinará, el nombramiento del comandante del Ejército, general Nicacio Martínez, satisfizo al ala extremista del partido de gobierno pues no escuchamos ni una sola crítica contra él de ese sector. Mal síntoma. Por coincidencia, por presión política o por instrucciones civiles, el general Martínez resultó ser el autor visible de las nuevas directivas denunciadas por el medio estadounidense, a falta del medio nacional que omitió publicar semejante noticia. Ya destapado el escándalo en el mundo, el Gobierno y su partido reaccionaron de la peor manera: intentaron descalificar al periódico más influyente de las Américas; desmintieron al corresponsal y pusieron en duda su honorabilidad; ordenaron retroceder las instrucciones de Martínez y lo callaron así como al resto de los oficiales a quienes aislaron de la prensa; pusieron al canciller, de rodillas, a dar explicaciones, a avanzar y a retroceder. Y lo que faltaba: una creativa campaña de falsos positivos informativos según la cual el Ejército resulta ser víctima de un complot criminal.

En los últimos días toman forma estos nuevos capítulos. El ministro de Defensa en funciones presidenciales, que pasará a la historia por su torpeza, asegura sin ninguna prueba en mano que “no tiene el menor asomo de duda” de la existencia de “una campaña de desprestigio” sobre la que le preguntó —quién sabe si inducida por alguien— una corresponsal.

Horas antes, un individuo que se llama a sí mismo defensor de derechos humanos pero que, en realidad, es el coordinador del Centro Democrático en Norte de Santander acusó a los senadores de la Comisión de Paz de conspirar contra las Fuerzas Militares en una reunión clandestina (ver video 1ver video 2) con el Eln y las disidencias de las Farc para “darles información sobre cómo están organizadas..., cuáles son las unidades militares vulnerables y cómo están conformadas”. El uribismo está en lo suyo: ataca hasta poner en riesgo de muerte a quien lo descubre. Códigos mafiosos en acción.

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