Del mayo francés al octubre chileno

Marcelo Caruso A.
02 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

El mayo fránces de 1968 fue el anuncio del principio del fin del Estado de bienestar proteccionista, debido a su incapacidad de responder a las crecientes demandas políticas y sociales, y se produjo en el país que más derechos humanos había garantizado. Mientras que el octubre chileno, también situado en el país que más dinero invirtieron las transnacionales para instalar por la fuerza el “modelo” del libre mercado, anuncia y profundiza el fin del modelo neoliberal con su creciente desigualdad social y abre una etapa de transición hacia destinos aun en creación y disputa.

No se trata exclusivamente de un conflicto chileno, sino de la forma que en cada país toma el rechazo global a un modelo excluyente y concentrador de la riqueza. Adquiere mayor trascendencia porque justamente se da en Chile, paraíso del primer experimento y modelo neoliberal del continente, que hoy concentra y expresa años de indignación acumulada. El fin de la dictadura de Pinochet, concertado en las cúpulas, y su paso a una democracia recortada sin recuperación de la memoria, la verdad y la reparación integral a las víctimas, implicó un pacto en el que ambas partes del poder negociador se comprometieron a dejar en el olvido la transformadora experiencia de un pueblo libre y gobernando, legado del gobierno de Salvador Allende. La derrota de esa revolución democrática y popular que se planteó como la alternativa socialista pacifica frente a la crisis del Estado nacional desarrollista, aceleró la instalación violenta del neoliberalismo por la vía de los golpes de Estado, con genocidios políticos que recorrieron el continente.

Ya los gobiernos progresistas y de izquierda habían abierto el debate del costo social y el ocaso del modelo neoliberal. Con aciertos, pero también con errores autoritarios, se centraron en recuperar los derechos perdidos, pero cuando comenzaban a comprender que el problema de fondo era el modelo económico y financiero, sufrieron ellos mismos las consecuencias de las crisis cíclicas del sistema, que fueron acompañadas con estrategias de judicialización de la política que reemplazaron, transitoriamente, los golpes de Estado militares, hoy disfrazados de “sugerencias”. Lo que no se esperaba en Chile, si bien se anunciaba con la creciente abstención electoral y descontento cotidiano, era tal estallido de insurgencia popular generalizada, que marca un camino de lucha superior al de los de los miles de jóvenes idealistas que dieron sus vidas en proyectos vanguardistas que recorrieron el continente entre los años 1960-80, intentando transformar aquel Estado keynesiano agotado.

Frente a este estallido que en forma desigual sale de las entrañas de la gran mayoría del pueblo chileno, haitiano, portorriqueño, hondureño, ecuatoriano, boliviano y ahora colombiano, los tanques de pensamiento del imperio están desconcertados e intentan dar respuestas limitadas a las problemáticas de cada país. Podrán ganar tiempos demorando sus proyectos de recortes fiscales y anunciando reformas políticas y sociales de superficie, pero el problema es más profundo de resolver y dependerá no sólo de las nuevas direcciones políticas que salgan de estas insurgencias populares, indígenas y juveniles, sino de su articulación comprensiva a nivel global. Comenzando por los líderes sindicales, sociales y políticos tradicionales de Colombia, que luego de las históricas jornadas, aún no finalizadas, del Paro Nacional no logran o no quieren entender lo estructural y legítimo de ese sentimiento de indignación que recorre nuestra América y se extiende por el mundo.

Tanto en el mayo como en el octubre la movilización social fue irreverente, libertaria, emocional y conmovedora, superando a todos los instrumentos (aparatos) existentes. Los temas estructurales que acompañan esta crisis sistémica, comenzando por el modelo productivo destructivo y nocivo que acelera el cambio climático, requieren de replantear los valores que ordenan nuestras ideologías, para que el fin del neoliberalismo no implique un modelo más autoritario basado en el miedo ni el fin de la existencia humana en el planeta, al menos como la hemos conocido.

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