Democracia vs. dictadura

Danilo Arbilla
20 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Nicolás Maduro llamó “bandido” y “basura” al secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro. Una más de las tantas ordinarieces del maleducado dictador venezolano. Es su estilo. Y al hacer memoria: fue el estilo impuesto por Fidel Castro. Es el estilo del neoprogresismo con exponentes tales como Hugo Chávez, al que el rey Juan Carlos mandó a callar. Es el estilo de Evo Morales y de Rafael Correa. El de los Kirchner, Néstor primero y ahora su viuda, Cristina, y su hijo Máximo, y se ha afiliado, por convicción propia y obediencia debida, el presidente Alberto Fernández, que en cuanto al tono de “campeoncito” y soberbia le sobran condiciones y no tiene nada que envidiarle a ninguno de los otros. Ha sido, con algunos matices, el estilo de Mujica, de Lula y de AMLO. Algo más elegantes en las formas, pero nunca han dejado de apoyar a todos sus correligionarios supremos insultadores. Ensuciaron la cancha, violando toda norma y muy pendientes del grito de la tribuna a la que alimentaron (con plata del Estado) e impusieron sus propias “barras bravas” (comités de la revolución, milicias bolivarianas, grupos fascistas armados que añora Evo Morales). Todos ellos han conformado una gran “barra brava” que, tal y como establece la regla, generó una reacción y aparecieron los Trump y los Bolsonaro.

“¡Qué verde era mi valle!”, podría afirmarse con mucha nostalgia recordando a Richard Llewellyn (Vivian Lloyd).

Los exabruptos de Maduro esta vez fueron en el marco de su anuncio de llamar a elecciones para la Asamblea Nacional (por ahora única institución y poder legítimo en Venezuela). La fecha la va a fijar Maduro cuando se le antoje. Dice —a su estilo— que no va a permitir observadores de la OEA, pero sí de la ONU y de la Unión Europea. Maduro es pícaro y llama a los burócratas de la ONU, o a los de la tibia UE. Solo le falta invitar a los gobiernos “amigos”, como ya lo ha hecho en el pasado, o al Vaticano con la esperanza de que el papa se distraiga un poco de sus actividades políticas en Argentina.

Pero a la OEA no. Esos son observadores y controladores en serio. Si no, que lo diga Evo. Este recibió con los brazos abiertos a Almagro, que no denunció su nueva reelección dadas las propias instituciones vigentes también aceptadas por la oposición. Esta, con llamativo desubique, igual criticó al secretario general. Pero si Evo pensó que se le concedía una “patente de corso”, se equivocó feo. La OEA fue la que certificó el fraude. Ahora Evo, en Argentina y apuntalado por Alberto Fernández, violando todas las normas existentes en la materia, hace política, participa directamente de las actividades electorales de Bolivia y se lamenta no haber formado milicias armadas como Maduro. Evo miente y se equivoca. Miente porque él tenía sus milicias de cocaleros armados que enfrentaron al ejército; su error es que las Fuerzas Armadas bolivianas no son corruptas y responden a la Constitución y no al mandamás, a diferencia de lo que ocurre en Venezuela.

Los opositores que criticaron a Almagro hubieron de admitir su equívoco. Algo parecido ocurrió hace unos dos años en Nicaragua. También la oposición desconfiaba de Almagro. Hoy se dieron cuenta de que no le estaba haciendo el juego a Ortega.

La gran carta de Almagro, si va por la reelección, son los insultos de Maduro, el rechazo de Fernández, quizás el del lamentable presidente mexicano y del gobierno izquierdista uruguayo que no estará cuando se vote. El nuevo gobierno de Luis Lacalle ya anuncio que votará a Almagro.

En la OEA puede pasar algo similar a lo que pasó en las elecciones uruguayas: la opción fue democracia vs. dictadura. Esto es, entre los que desde el gobierno sostenían que en Venezuela había una democracia y que Maduro era el presidente legítimo y la oposición que sostenía que lo que hay es una dictadura y Maduro un dictador. Y perdieron los progresistas.

La misma opción se plantea en la OEA.

 

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