La semana pasada uno de los políticos con mayores posibilidades de ser el candidato presidencial de la derecha, Federico Gutiérrez, resumió su propuesta electoral en unirse “para atajar al populismo”.
Esa bandera es una repetición de la de Iván Duque en segunda vuelta, y la táctica de gritar “viene el lobo”, como en la fábula, puede haber perdido credibilidad. Aunque mucha gente seguirá temiéndole al lobo, alguna habrá dejado de creer en la gravedad de la amenaza y otra, en las intenciones y la idoneidad del pastorcito.
Lo que revela esa estrategia es agotamiento de propuestas. Claro que adicionarán muchas. Pero la derecha tiene el problema de que está en el poder y sus propuestas tienen que ser de continuidad. Es incoherente prometer cambiar políticas que todos los partidos de la coalición apoyaron, más ahora que la coalición para las elecciones presidenciales es la misma que gobierna.
Pueden prometer mejorar la seguridad, pero los contrincantes dirán que empeoró en este Gobierno. Pueden prometer crecimiento económico, pero el balance de los cuatro años del gobierno Duque no será muy distinto al actual, en que la pobreza, la extrema pobreza y el desempleo aumentaron. La promesa de “el que la hace la paga” no podrá repetirse, ni la de reducción significativa del narcotráfico. Banderas como la regularización de los inmigrantes venezolanos no serán muy populares entre los votantes, según muestran las encuestas. Ni serán banderas consolidadas y populares la economía naranja y la participación de la mujer. La política exterior no tendrá resultados favorables que mostrar, etc.
La carta del candidato novedoso y moderado, como Duque, ya no atrae, pero la derecha no puede presentar un candidato extremista porque no tiene uno fuerte, porque eso le impediría un acuerdo con los partidos y los precandidatos moderados —como los exalcaldes—, y sobre todo porque le cedería la centroderecha al candidato de centro. Entonces tiene que insistir en un candidato con parecidos a Iván Duque, que posiblemente termine con una desfavorabilidad alta como la actual.
El uribismo perdió su bandera histórica anti-Farc y con Duque no logró generar una nueva. Solo le queda la carta anti-Petro. Como sabe que en los estratos bajos Gustavo Petro no genera tanto temor, está aliándose con la clase política a la que acusó de mermelada en la elección anterior. Aunque está comprobado que el clientelismo no tiene fuerza electoral en las elecciones presidenciales ni en las de alcaldes de ciudades grandes, la segunda apuesta electoral son los subsidios, que las maquinarias saben convertir en votos. Por eso va a usar la reforma tributaria, que debería buscar ingresos y no generar más gastos, para ampliar el Ingreso Solidario, el buque insignia, y la devolución del IVA.
A falta de propuestas ideológicas, porque no prosperaron en el Gobierno, la derecha parece condenada a instrumentalizar la elección. Tratar de llevar a Petro a segunda vuelta, porque contra el centro tendría menos posibilidades, y juntar miedo y maquinaria para derrotarlo.
Esa estrategia tiene riesgos: la táctica del miedo, que pase lo del pastorcito mentiroso, y la de los subsidios con maquinaria, que el voto de opinión lo considere corrupción, que es lo que siempre castiga electoralmente.