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Derecho punkero

Pascual Gaviria
10 de septiembre de 2008 - 01:11 a. m.

CUBA ES UN INCREÍBLE DEPÓSITO de anacronismos, un deleite para las nostalgias y la memoria y a la vez un desesperante marasmo de manías y prejuicios.

El turista se ríe de la fauna de ascensores soviéticos que multiplican sus palancas y sus botones con una biodiversidad envidiable, y goza con los nombres de los carros rumanos remendados con las prótesis que les donan sus congéneres polacos. Los ventiladores hacen llorar a los escenógrafos y los aparadores a las señoras españolas acostumbradas al ‘Ike’ más cercano.

Más allá de la escena de óxido pintoresco están las vejeces que han quedado en los códigos y en las ideas de todo tipo. Hace unas semanas el multitudinario blog de Yoani Sánchez, una especie de tribuna internacional que se enfrenta a la tribuna antiimperialista levantada todos los días para retar a la costa de Miami, se ocupó del juicio contra un punkero cubano que se hace llamar Gorki y se dedica, cómo no, a la burla estridente contra la revolución. Gorki es el único espécimen de la especie punkero cubano, un antónimo del hombre nuevo que desafía todas las condiciones de adaptación al hábitat natural. Una de esas extravagancias de la naturaleza.

Pero vamos al juicio que se le siguió en el Tribunal Municipal Popular del barrio Playa, en La Habana. Gorki estaba acusado de “peligrosidad predelictual” por una vecina llamada Heidi, directora del Comité de Defensa de la Revolución y de la Comisión Preventiva de su barrio. Gorki no había cometido ningún delito, pero su facha y sus maneras delataban que estaba a punto de hacerlo: “No participa en las actividades del CDR, no hace guardia y no vota… su conducta social se resume en hacer ruido con su música y molestar a los vecinos”. El hombre llegó esposado al tribunal luego de cuatro días de cárcel y una causa penal suscrita en virtud a los malos presentimientos de vecinos y policías. Ese tipo de derecho penal que se incubó en la Italia del siglo XIX y tuvo su auge en la primera mitad del siglo XX, que en el Código Penal colombiano de 1936 mandaba a encarcelar vagos y mendigos antes de que se antojaran de lo ajeno y que dibujaba prototipos de delincuentes en potencia, sigue mandando en los tribunales cubanos con una grosería que desde lejos causa hasta risa. Y me perdonan por la indolencia.

Al final, la joven juez resolvió cambiar la imputación por el sencillo delito de “desobediencia” y cerró el caso con una multa. Ante el acoso de los periodistas internacionales, los policías cubanos, “los segurosos”, según las palabras de Yoani Sánchez, decidieron llevar a Gorki en una patrulla hasta su casa. Un desenlace casi tierno para un juicio casi ridículo. Qué pensará Piedad Córdoba la justicia y la juventud rebelde de La Habana.

El caso de Gorki y su juicio por un delito de lesa extravagancia es una de las caricaturas que nos entrega el comunismo tropical. Pero en todas partes esa especie de derecho penal preventivo, manejado según las artes de la adivinación, comienza a volver de manera más sutil. Francia está discutiendo un plan para fichar a delincuentes potenciales, incluso menores de edad, con un registro que incluye datos sobre la salud, la militancia política, la orientación sexual y el origen étnico de quienes despierten sospechas.

En Colombia un congresista con delirios paternales quiere “guardar” a los menores de 16 años en las inspecciones de Policía pasadas las 11 de la noche. Por si las moscas. Los gringos torturan en Polonia o en alta mar a los “terroristas” que describe el manual de la CIA. Porque uno nunca sabe. Un burlón me dijo hace un tiempo que los cubanos sólo deben esperar un poco más para volver a estar a la última moda.

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