Desarmar las palabras

Yolanda Ruiz
20 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Así como en la guerra cada bando arma un discurso para poder justificar sus muertos y sus barbaries, también en el debate de agresiones cada quien encuentra una manera de justificar su calumnia o su amenaza. El senador Álvaro Uribe lo demuestra una vez más pues, lejos de retractarse, confirma su agresión contra el periodista Daniel Samper Ospina, a pesar de todo el rechazo que generó en el país. No es fácil desarmar las palabras ni reconocer errores porque en la política colombiana el lenguaje del odio se impuso y ganan más puntos quienes más agreden.

Esto viene de tiempo atrás y, lejos de mejorar, hemos venido de mal en peor porque el debate público que estaba cargado de epítetos y adjetivos para descalificar terminó tomado por las injurias, las calumnias y las amenazas. Y no se trata solo del expresidente que conquista adeptos con su estilo pendenciero de “le doy en la cara, marica”, es que dirigentes políticos de todos los sectores descubrieron que en la agresividad están los puntos de las encuestas.

Asoman ya sus orejas un par de lobos aulladores que desde sus precandidaturas presidenciales gritan, agreden y mienten porque eso en Colombia da mucho más éxito político que las ideas o los argumentos. Por alguna razón extraña que deberían ayudarnos a entender los sociólogos y demás académicos, pareciera gustarnos el liderazgo tipo matoncito de esquina. Ese que no respeta normas, que se pasa por la faja las leyes y que tiene el insulto a flor de labios. No nos debe extrañar entonces que luego aparezca en las estadísticas de Medicina Legal que una de las principales causas de muerte en Colombia es la intolerancia. Nos matamos literalmente por una empanada o por el precio de una carrera de taxi.

Que no sorprenda, porque esa misma agresividad es la que premiamos en los escenarios públicos en donde todos los días hay una batalla campal. Si bien es cierto, como dicen muchos, que es mejor darnos duro a punta de insultos que darnos bala, el debate de palabras tiene límites. No todo vale. La calumnia no se puede instalar como parte del debate público, ni las injurias o las amenazas. Hoy desde las redes sociales y hasta desde columnas de opinión se invita a matar, se amenaza y se acusa impunemente a los contendores de todo tipo de delitos sin que se vean las pruebas ni la justicia actúe. Lo de “violador de niños” es un punto de quiebre, pero no es la única calumnia que se ha escuchado en el debate público en Colombia.

Es momento también para que los periodistas reflexionemos un poco sobre el tipo de debate que estamos promoviendo. Nada tan mediático como un buen gallo de pelea que se sacude, grita, insulta y miente, si es necesario. Eso le da picante a los titulares que se quieren mover en redes sociales. Nos han descubierto la debilidad esos políticos que saben que nos tiran una estadística sacada de ninguna parte, una frase insultante y la noticia quedó armada. Viene luego picarle la lengua a la contraparte para que la pelea siga, armar debates calientes con analistas que sean tan o más agresivos que los protagonistas y poco nos preguntamos si el origen de la batalla del día es una noticia falsa. Al final, esa búsqueda de la verdad que es nuestra razón de ser se queda pendiente muchas veces por ir detrás del rating y la suma de clics.

El deterioro del debate público va más allá de un expresidente que hizo de la agresión un estilo exitoso. Esas maneras hacen carrera y también está en nuestras manos ayudar a frenarlas para que no nos sorprenda que un día nos ataque el monstruo que ayudamos a alimentar.

 

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