Pazaporte

Desde adentro

Gloria Arias Nieto
20 de febrero de 2018 - 04:55 a. m.

Las camisas de fuerza —esas horribles prendas inventadas a principios del siglo XIX para maniatar reos y enfermos mentales, y someterlos a toda suerte de tratamientos/vejámenes— no sirven para resolver la esencia del problema: las causas que llevan a las personas a extraviar su conducta y su polo a tierra con la realidad no cambian por el hecho de envolverlas en un gran nudo de tela y restricción.

Siento que algunos armatostes de leyes, códigos que nadie lee y estatutos cuadriculados que todo lo prohíben, muchas veces se comportan como esas camisas: se basan en una imposición que viene de afuera hacia dentro; no son acuerdos de civilidad y compromiso que parten de un trabajo interior, de reflexión, de conciencia por lo honesto, lo solidario y lo correcto. Son algo tan externo y tan ajeno que —permítanme el término— la sociedad termina por “ninguniarlos”.

Amenazar con el castigo siempre será más fácil y más estéril que formar espíritus íntegros. Y duele nuestra crónica inclinación a venerar las líneas de menor resistencia, como si fuéramos más adictos al miedo que al pensamiento.

Personalmente estoy tetracansada (por no decir otra cosa) de la cultura del miedo. Hacer o dejar de hacer, por miedo; votar por miedo; irse o quedarse por miedo; endosarle la vida, la política, la educación, la salud o el amor al miedo es renunciar a nosotros mismos, y dejar la puerta abierta para que otros nos manejen.

En el foro de ética pública —organizado de manera ejemplar por la Universidad del Rosario— el filósofo y profesor de Harvard Michael Sandel desarrolló el tema de una forma tan lógica, tan didáctica y concreta, que uno se pregunta por qué no hemos sido capaces de ponerlo en práctica.

La ética (pública o privada, finalmente todo converge en lo mismo) que no se construye desde el interior de las personas y las sociedades tiene menos fuerza y duración que la de un castillo de arena a la orilla del mar.

La ética aplicada a la cotidianidad, a lo que usted y yo hacemos todos los días, no puede nacer de una imposición, sino de una reflexión; de la deliberación con nosotros mismos y los demás; no se traga en cápsulas ni es una consecuencia de lo que dicten las leyes; se construye con el pensamiento moral que nos lleva a ser mejores personas, a no lastimar ni desbordarnos; a no asaltar la confianza del otro ni saquear el patrimonio ajeno. Sobra decir que “pensamiento moral” nada tiene que ver con la hipócrita mojigatería que, lejos de construir, destruye tejido social.

No aprenderemos a comportarnos correctamente si nuestro único motor es la presión de unas leyes exhaustivas que, además de ser una externalidad, pocas veces se aplican de manera justa y oportuna.

Creo que buena parte del basurero de corrupción que nos asfixia se debe a que muchos se comportan todo lo mal que alcancen, porque una repugnante capa de sobornos, abogados espantosos y jueces torcidos termina salvándolos de La Picota.

Pensémonos de adentro hacia fuera. Hacerlo a la inversa nos hará cada vez más indignos, más ladrones y egoístas, y estas son tres condiciones incompatibles con una sociedad viable, capaz de generar autocrítica, conciencia y bondad.

ariasgloria@hotmail.com

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