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Desde el balcón

Aura Lucía Mera
03 de marzo de 2015 - 03:58 a. m.

Buenaventura. Desde la terraza del hotel Estación, uno de los más bellos y antiguos de Colombia, miro la bahía. Cómo se expande en medio de brazos de mar y manglares. Tranquila. Serena.

Desde la terraza admiro una ceiba centenaria. Palmeras acariciadas por la brisa. Botes de pesca, lanchas con turistas, barcos monumentales repletos de contáiners que se dirigen al puerto donde descargan billones de pesos en mercancías y cargan otro tanto para cruzar el océano.

Un paisaje idílico que lleva a pensar que estoy en alguna isla mediterránea paradisiaca donde todo es placer y descanso. El hotel, blanco como un faro, ofrece los mejores mariscos y delicias del Pacífico. Sus habitaciones amplias y generosas no tienen por qué envidiar las de ningún hotel cinco estrellas... El personal es amable y profesional. Un remanso de paz en el puerto más importante que tiene Colombia sobre el Pacífico.

La Sociedad Portuaria, un imponente edificio de apartamentos y hotel, la escuela-taller de gastronomía y otras edificaciones, enmarcan la enorme plazoleta que está en plena remodelación. Y el sueño visto desde esa terraza toca su fin para dar paso a la realidad brutal de la ciudad.

Almuerzo con la familia de Óscar, oriundos de San Juan de la Costa, desplazado de Bocas de Aguacate por los paramilitares, quienes primero trataron de abusar de su mujer y sus hijas y posteriormente le ordenaron abandonar todo y largarse so pena de violación y muerte. A los dos meses de llegar a Buenaventura, el cambuche donde vivía lo incendió un cohete de pólvora de un vecino. Sus dos hijos menores se calcinaron. También está Norman, constructor formado en el Sena. Ambos delgados como esculturas de ébano.

Me cuentan que el 90% de los barrios están tomados por los narcotraficantes y las bandas que manejan las “casas de pique”. Nadie puede ingresar a ellos sin que el “campanero” avise, pague la respectiva vacuna, y salga rápido. Sus habitantes viven encerrados en la ley del silencio y las extorsiones. El que desobedece va al “pique”.

La Inmaculada, Santa Cruz, Punta del Este, Lleras, Bellavista, Pampa Linda, Las Palmas, Matía Bulumba, Matasiete, Nayita, son algunas de las zonas donde impera el terror. Norman tuvo la oportunidad de ver un video de una “casa de pique”. Lo amarran frente a una mesa. Un machete bien afilado, un balde grande al lado de la víctima para que caiga la sangre, bolsas de plástico. El verdugo se cubre la cara y se pone un delantal y guantes de goma para no salpicarse mucho. Primero, le cortan de un tajo la cabeza y luego lo van desmembrando y metiendo en bolsas diferentes. Durante la noche tiran las bolsas al mar, para que cuando regresen en bajamar estén descompuestos. Otra opción son las fosas comunes. Nadie habla. Nadie vio nada...

Se acercan las elecciones... Escucho por casualidad una conversación extraña. Uno de los personajes, moreno, de cabeza rapada y guayabera de lino, aspira a la Alcaldía. Los áulicos celebran por todavía estar vivos y coleando... Le ofrecen su ayuda. Brindan con aguardiente. Me alejo...

Buenaventura está en emergencia. Hay que apostar por ella y tratarla mientras tanto como un paciente en cuidados intensivos...Se necesita voluntad política, empleo y honestidad para sacar adelante el puerto. Lo demás son mentiras dirigidas desde la capital. Los billones de pesos entran y salen mientras sus habitantes sufren en silencio..

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