Desempleo y estancamiento

Eduardo Sarmiento
08 de septiembre de 2019 - 02:00 a. m.

Los anuncios de reactivación oficiales no coinciden con la disminución creciente del empleo. En los círculos oficiales se considera que son dos fenómenos que obedecen a causas distintas. El desempleo se atribuye a rigideces del mercado laboral y a elevados salarios, que supuestamente son externos a la economía. Por eso, el ministro de Hacienda se da el lujo de no responder las preguntas sobre el estado del desempleo diciendo que están ocupados en la reactivación de la producción.

La realidad es distinta. En los últimos 10 años el salario se ha ajustado sistemáticamente por debajo de la productividad. La verdadera causa de la caída del empleo es la reducción del crecimiento del producto nacional. Es un simple problema de aritmética. Mientras la economía crezca por debajo de la productividad del trabajo, el empleo tenderá a descender. Luego, la reducción del empleo contraerá la demanda y acentuaría la caída de la producción. Se configura un complejo círculo vicioso.

El origen del disparo del desempleo es la deficiencia estructural ocasionada por el cuantioso déficit en cuenta corriente y la incapacidad del banco central para contrarrestarla. La economía opera con exceso de ahorro que contrae la producción, y torna ineficaz la política monetaria de tasa de interés y la política fiscal financiada con títulos de ahorro. Está abocada a una seria deficiencia de demanda que se extiende a todos los niveles y se refleja en el empleo, la balanza de pagos, el balance macroeconómico y los sectores de alta integración y valor agregado, como la industria, la agricultura y la construcción.

Infortunadamente, esta realidad no se acepta en las concepciones de equilibrio que consideran que los problemas se manifiestan en donde se causan y se resuelven por el mercado. Así, la tasa de cambio corrige el desbalance externo de déficit en cuenta corriente y la tasa de interés el desbalance interno entre el ahorro y la inversión. No es cierto. Ambos desajustes se extienden a toda la economía como pólvora y se reflejan en los índices de producción y empleo.

América Latina está viviendo el desenlace de la apertura económica y los TLC que se gestaron durante 25 años. El modelo dio lugar a importaciones superiores a las exportaciones, amplió la brecha de salarios con los países desarrollados y propició una estructura productiva rudimentaria de baja productividad y demanda. Se presumía que los desequilibrios se cubrirían con endeudamiento externo, el apoyo de los organismos internacionales y altos precios de las commodities. Los resultados están a la vista. La región, que a finales del siglo pasado se veía como una de las más promisorias del planeta, en la actualidad está a la zaga.

Las condiciones actuales de la economía colombiana tienen similitudes con Argentina, pero con manifestaciones muy distintas. En Argentina el déficit en cuenta corriente ocasiona la salida masiva de capitales, en tanto que en Colombia se lleva por delante el empleo.

Estamos ante el fracaso de varias décadas de apertura comercial y TLC que no puede contrarrestarse con medidas cosméticas de menor orden. Hoy en día, los indicadores más sólidos, como el déficit en cuenta corriente y la tasa de cambio, el empleo, el exceso de ahorro y la industria revelan un estado generalizado de deterioro. Las principales fallas están en la estructura de la balanza de pagos, la composición sectorial y la concepción del Banco de la República, y solo se podrán rectificar con transformaciones de fondo de todo el sistema económico, que tomarían tiempo y se reflejarían lentamente en los indicadores robustos de la economía.

 

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