Deseos no atendidos

Sorayda Peguero Isaac
26 de mayo de 2018 - 04:30 a. m.

Tenemos a la familia Hirata: el padre, la madre, tres hijos, una nuera, un yerno, dos nietos, y un perro con mejores modales que el patriarca de la casa. El señor Hirata es un patán, una versión asiática –y más estilizada– de Homero Simpson. Desde que se jubiló, no hace otra cosa que jugar al golf, ver televisión, pasear al perro y emborracharse. Entre gritos y exigencias para que le traigan esto o lo otro, el señor Hirata no pierde ocasión para menospreciar a su esposa, la solícita Tomiko Hirata, que lleva 45 años casada con este energúmeno.

No les voy a contar cómo termina la película, pero les advierto, a quienes no hayan visto Maravillosa familia de Tokio y estén pensando verla, que a continuación revelaré más detalles de la trama.

Volvamos a la señora Hirata, una mujer sensible, de gestos delicados y risa tímida, que toma clases de escritura en un centro cultural de su comunidad, algo que hace rabiar a su esposo: “Puedo entender que una jovencita de 20 años aspire a ser escritora, pero que una mujer de tu edad escriba, me da repelús”. La señora Hirata, firme en su serenidad japonesa –sin gritos, sin un ataque de nervios ni una larga lista de acusaciones–, aprovecha que es el día de su cumpleaños para pedirle a su esposo lo que desea recibir como regalo. Algo muy inusual en ella. “No te costará más de 450 yenes”, le dice, con su vocecita de viento manso, y le extiende un papel que el señor Hirata debe firmar y sellar: un formulario de divorcio.

“Tienes la bañera con agua caliente”, le recuerda la señora Hirata antes de abandonar la habitación.

El pánico se apodera de todos los miembros de la familia. Es como si la columna vertebral de un dinosaurio amenazara con quebrarse por la mitad. Ha pasado tiempo, años, desde que las vértebras empezaron a ceder, pero nadie se dio por enterado, o eso parece. La señora Hirata nunca dijo nada. Tenía una misión que cumplir: cuidar de un esposo y tres hijos que sin ella se irían al garete. Pero ahora las cosas han cambiado. Sus hijos son adultos y su esposo goza de buena salud. Lo tiene todo muy bien atado. Vivirá con una compañera de su clase de escritura que tiene una hermosa casa con jardín. Por otro lado, su difunto hermano, un famoso escritor, dejó una obra literaria que sigue gustando a la gente. Como las ganancias de los derechos de autor van a parar a la cuenta de la señora Hirata, podrá permitirse una vida digna sin mayores preocupaciones.

¿Cuáles son los deseos que las mujeres han silenciado? Alguna vez se lo pregunté a algunas mujeres que conozco. Mujeres mayores de 60 años que me hablaron con nostalgia de su gusto por el baile, de una carrera universitaria que no pudo ser, de vocaciones perdidas en diferentes tramos del camino. Sus historias estaban marcadas por renuncias innecesarias, por las reglas de un imaginario social que se impuso a casi todo cuanto pudieron desear fuera de sus roles como madres y esposas.

Dicen los entendidos que se necesitan 66 días para adquirir un nuevo hábito. Me pregunto cuánto tiempo hace falta para enterrar un deseo. Cuántas tareas mil veces repetidas, cuántos suspiros de frustración, cuánta cobardía, cuánto valor. ¡Cuánto! Y no me refiero a simples caprichos, sino a aspiraciones auténticas, profundas, como las de la señora Hirata, que después de 45 años de abnegada entrega a los asuntos prácticos de su hogar, decidió que era el momento de darle el “sí, quiero” a sus deseos no atendidos.

sorayda.peguero@gmail.com

 

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