Desinformática y otras fábulas

Julio César Londoño
07 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

En una mañana tranquila, definimos periodismo como el oficio de investigar, chequear, dar contexto, editar y publicar información de actualidad. Ya en la tarde, cuando el cansancio y la “neura” empiezan a hacer su trabajo, tenemos que reconocer que el periodismo vende historiografías como si fueran historia, que oculta miradas subjetivas bajo gafas objetivas —y oscuras, por supuesto—, que recurre al frío lenguaje de la información para disimular la calentura de la opinión, y promueve intereses particulares bajo la tierna etiqueta de “proyectos de interés general”.

Hace 50 años los medios eran empresas familiares. Y frenteras. No disimulaban su sesgo político, su filiación partidista, su abierto activismo. Esto no era sano para la verdad ni para el público. Luego la cosa empeoró: los medios cayeron en manos de los grandes conglomerados, sus conflictos de intereses se multiplicaron por mil y la reputación del comunicador quedó maltrecha.

Pero aún faltaba lo mejor: llegaron internet y las redes sociales, todos nos volvimos comunicadores y nos fuimos de bruces al mundo de las paradojas: en la era de la informática, quedamos aplastados bajo el alud de la información. En la era del conocimiento, que supone profundidad, nos volvimos superficiales, surfistas, lectores de titulares, trinos y posts.

(Paréntesis nacional: la desinformación es el peor de los mundos. La gente ya no está segura de nada. El vino es bueno, pero ¿hasta dónde? ¿85 mililitros per boca al día? ¿Y 90… plisss? ¿Vamos hacia Venezuela o venimos de allá? Medio país sigue, con reservas, a un patriota ducho en genocidios. La otra mitad sigue, con simétricas reservas, a un humanista despótico que está acusado de delirios populistas. Y la tapa de los últimos días: los militares predican la paz y los civiles la guerra).

Quizás el periodismo no sea tan bueno como nos parece en las mañanas ni tan torvo como luce en las tardes. Quizá su verdadero rostro sea el del mediodía, la hora sin sombras. (¡Otra vez la bendita media aristotélica!). El periodismo querría atrapar la verdad, pero es una chica arisca. Querría ocultar ciertos sucesos, pero la pauta exige audiencia y la audiencia pide que se corran los velos. Querría ser objetivo, pero apenas puede ser equilibrado y abrirles el micrófono a las partes. Así conserva el rating y salva las formas.

Por fortuna, ya circulan algunos periódicos independientes. No están libres de los sesgos y los prejuicios humanos, pero sí de los anunciadores y los políticos. En inglés circula Wikitribune, un portal de noticias escrito y sostenido por los usuarios, como Wikipedia, y respaldado por un equipo de periodistas que edita y chequea las notas de los usuarios. Es probable que Wikitribune llegue a ser tan bueno y autosostenible como Wikipedia, y pueda prescindir finalmente del equipo de periodistas. Desde octubre circulará la edición en español.

Hay también buenos portales mixtos, como los de The Guardian y el del grupo Bartelsman, propietario de Penguin Random House. Tienen atrás fundaciones robustas que se alimentan con aportes de filántropos y de la empresa privada.

Conclusión. Los Estados deben legislar contra la desinformación y la venta de bases de datos. Los gurúes de las plataformas digitales deben cumplir su promesa de diseñar algoritmos que protejan a los usuarios de los pedófilos, los estafadores y los productores de fake news a gran escala. Pero el primer responsable de filtrar la información que recibe es el ciudadano. Si no tiene criterios básicos de evaluación (fechas, cifras y conceptos claros de política, ética y estética) no habrá algoritmo que lo salve ni personero que lo defienda.

 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar