Desnudar nuestras miserias

Beatriz Vanegas Athías
06 de junio de 2017 - 03:00 a. m.

De acuerdo con el novelista Thomas Mann el artista, en este caso, el poeta, no es originalmente un ser moral, sino un ser humano estético cuyo instinto fundamental es el juego y no la virtud. Por esto él, en toda su ingenuidad, se toma la libertad de jugar sólo dialécticamente con cuestionamientos y antinomias de la moral.  Esto que acabo de decir, exime al poeta de ser juzgado cuando a través del poema o una novela o un cuento, una pieza teatral o un ensayo, cuestiona los procederes absurdos de la condición humana.

Para ilustrar esta premisa de Thomas Mann sobre la manera cómo el poeta a través del juego estético cuestiona las contrariedades de la moral, me gusta citar el magnífico poema La estatua de bronce, del autor colombiano Juan Manuel Roca. La trama del poema habla de la construcción de una estatua de bronce. Los habitantes planean  primero construir el caballo en donde iría cabalgando eternamente el personaje al que aquel pueblo rendiría homenaje. Todos donarán para la fundición, llaves, aldabones, candelabros. Versos seguidos viene la puja por la escogencia del lugar del pueblo para situar la estatua. Se escoge finalmente un parque. Juega entonces el poeta e imagina las posibles escenas que ocurrirán a la vera de la escultura.

Los viejos fotógrafos / Sacarán los domingos sus cámaras de cajón / Y harán que los enamorados prolonguen el tiempo de los besos / Todo concertado con autoridades eclesiásticas, civiles y militares.

Y finaliza el soberbio poema de Juan Manuel Roca con la discusión central: ¿Quién debe ser el hombre encima del corcel? Con ironía suprema el poeta recuerda cómo se instaura el absurdo en la historia oficial, escrita por los vencedores. En un país de privilegios, ¿qué presidente no ha dicho que se hizo a pulso y merece la gloria?, como se preguntara la cronista Marianne Ponsford.

Sabios hay pocos. Guerreros y héroes son dudosos. / Un filósofo a caballo /No puede replegar su pensamiento. / Los poetas viven recostados en la hierba. / Los campesinos no montan caballos de viento. / Los directores de orquesta no pueden dirigir / Desde una montura de bronce y el lomo inclinado de un caballo.(…) ¿Quién podría ser el jinete de bronce / Sobre el imponente y brioso caballo de bronce?/Deberá ser alguien que muchos ciudadanos admiren, / Un hombre que sea su propio mentor, / Que haya luchado a brazo partido por su gloria y su fortuna.

Ya está. Erijamos una estatua al asesino. He allí el poder de la poesía por encima de otros lenguajes, por encima de la banalidad del discurso religioso, por encima de la infamia del discurso político. He allí el poder de la poesía, el poder de desnudar nuestras miserias a través de la imaginación.

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