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Despenalizar la siembra de coca y otras soluciones

Santiago Villa
25 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

El primer paso que debe dar Colombia hacia la necesaria legalización de la producción de cocaína es despenalizar la siembra de coca. De la misma forma como en algunos países del primer mundo se saca al consumidor del circuito de la ilegalidad, en un país como Colombia, donde el problema principal es la producción, se debe sacar al cultivador, al campesino.

El primer y el último eslabón en la cadena de la producción de cocaína y heroína son los más débiles, pues se hallan menos integrados a las estructuras mafiosas. Es más fácil fumigar cultivos de coca que incautar cargamentos de cocaína o eliminar laboratorios, algunos de los cuales incluso se han hallado en los predios de altos funcionarios estatales. Además, los cultivos están menos ligados a la corrupción estatal: a la sabida y probada complicidad entre las élites policiales, militares y políticas, y los narcotraficantes.

Sin embargo, no está probado que la reducción de los cultivos afecte la cantidad de cocaína que se produce y se exporta. Podría incluso no tener ningún efecto sobre la cantidad que llega a las calles o su precio. Lo que resulta es un buen indicador para hacer creer que se están produciendo resultados, en los ambientes burocráticos que exigen cifras de éxito.

La legalización de los cultivos es una solución parcial, mientras se hace la transición hacia la despenalización de la cadena completa, un proceso que aún podría tardar décadas. No obstante, es una solución que no resuelve el problema de fondo: el aislamiento, la marginación y la pobreza rural.

La siembra de coca es un síntoma, no la enfermedad. Si bien la legalización lograría sacar a estos campesinos de las zozobras y peligros de la persecución estatal, todavía faltaría diseñar políticas para mantenerlos al margen de la violencia de las mafias, y por supuesto, integrar a estas regiones cocaleras a un mercado agrícola sostenible. Toda zona cocalera es una zona marginal, con una economía deformada.

Por eso, aportes como el que esta semana hacen el periodista Andrés Bermúdez Liévano y el investigador Juan Carlos Garzón, ambos expertos en temas de sustitución de cultivos, son ineludibles rutas a seguir para lograr el desarrollo rural, independientemente de la etapa en la que esté un proceso de legalización de la cadena productiva de la cocaína. La filosofía de su publicación es que se debe hablar de problemas, pero también encontrar soluciones que puedan aplicarse pronto.

“El catálogo de las pequeñas soluciones” es el modesto título que han escogido para su trabajo, pero las propuestas no tienen nada de pequeño. Por lo que he visto, diría que es un catálogo de soluciones estructurales. Es una hoja de ruta para fortalecer el desarrollo rural, independientemente de si se aplica a regiones cocaleras. Lo interesante es que han ido del caso individual exitoso a las recomendaciones. Es absolutamente empírico.

Al momento de escribir esta columna no se ha lanzado el libro, pero puede consultar aquí el rompecabezas de dimensiones y estrategias propuestas por los autores, a partir del análisis de las historias de éxito.

Las dimensiones tratan aspectos relacionados con el mercado, las políticas públicas, las relaciones internas de las comunidades y la educación y la tecnología. Las estrategias articulan estos aspectos con soluciones específicas. No las enumero porque el lector puede consultar la tabla. Quiero hacer énfasis en unas estrategias concretas que llamaron mi atención, aunque no necesariamente son más importantes que las otras.

La relación directa con compradores, sin intermediarios, y la venta directa a consumidores urbanos busca integrar la economía agraria a los grandes espacios de consumo. El uso de herramientas digitales, y la creciente importancia de la ética de consumo, podría llegar a ser un componente importante para esta estrategia.

Las iniciativas productivas no agropecuarias, como los servicios turísticos, apuestan por buscar otras soluciones de mercado al campo, cuando los precios o la demanda por los productos agrícolas son demasiado bajos, o cuando la actividad agropecuaria necesita complementarse. Andrés Bermúdez ha ya tratado este tema en algunos reportajes. Si la zona no tiene una buena situación de seguridad, se pueden buscar actividades económicas alternativas, como las manufacturas, articulando la producción de objetos locales a los mercados urbanos o incluso internacionales.

Hay varias estrategias que dependen del fortalecimiento de la infraestructura vial en el campo. Las regiones cocaleras coinciden casi siempre con lugares de difícil acceso terrestre. Cualquier proyecto de desarrollo rural tendrá que hacerse sobre el supuesto que el Estado construirá carreteras y vías terciarias en el campo colombiano. Sin embargo, proponer sistemas de transporte comunal efectivos es una manera de buscar soluciones a pesar de que las condiciones más generales no estén dadas. De alguna manera deben funcionar las comunidades mientras el Estado paquidérmico llega a cumplir con sus responsabilidades.

Twitter: @santiagovillach

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