Desplazados, otra vez

Javier Ortiz Cassiani
29 de julio de 2018 - 05:00 a. m.

“Ahora aparece otra vez la amenaza de la expulsión, el desalojo, la condena a agonizar errantes…”, dice Otilia de las Mercedes Escorzia, personaje principal de Ver lo que veo, el relato con el que Roberto Burgos Cantor acaba de ganar el Premio Nacional de Novela 2018 del Ministerio de Cultura. Los años y los días y los acontecimientos han rebosado la memoria de Otilia de recuerdos de errancia y dolor. Y cuando empezaba a preparar su mente para las memorias futuras de un rancho y un barrio hecho con las sobras de la ciudad, asoma, otra vez, en este mundo ancho, la necesidad de quitarles “la angosta esquina de la puta tierra”, que la devuelve a los tiempos del despojo inicial.

El desplazamiento forzado es la imagen más fuerte de la transición del siglo XX al XXI en la nación colombiana. Mucho de síntesis de nuestra larga historia fratricida hay en la imagen de un labriego caminando en romería por un sendero destapado con una nevera al hombro, y una niña asustada, que delante de él apura sus pasos descalzos. También en la de una mujer con una inmensa caja de cartón, en la que ha escrito cuatro veces, con caligrafía nerviosa, una especie de advertencia que suena paradójica en medio de una situación en la que todo parece estar roto: Delicado, Delicado, Delicado, Delicado…

Durante un tiempo, la palabra desplazado se usó tanto en Colombia que perdió toda la fuerza desgarradora y algunos hasta olvidaron la fatalidad de la que procedía. Su naturalización, en un territorio acostumbrado al horror, la diluyó en una especie de puerilidad cotidiana. Se convirtió en una suerte de genérico para designar a personas que perdieron toda identidad e individualidad posible, y pasaron a ser solo eso: desplazados. En los barrios de ciudades populosas se establecieron jerarquías de la pobreza a partir de esa condición; los niños empezaron a usarla como un argumento de burla y ofensa entre ellos, y menesterosos avezados la incorporaron a su discurso como estrategia para aumentar la cantidad de limosnas en sus bolsillos.

Pero luego dejamos de repetir que en Colombia el conflicto había generado el desplazamiento de más de siete millones de personas, y no hubo más exposiciones de pintura ni más obras de teatro ni más documentales de televisión con el desplazamiento como protagonista, y los medios de comunicación poco se referían al tema. Por supuesto, en esto tuvo que ver el proceso de desmovilización de los paramilitares, la posterior sanción de la Ley de Víctimas y los Acuerdos de Paz con las Farc. De alguna manera, la noción de víctima del conflicto armado reemplazó a la de desplazado.

Sin embargo, la renuncia al término no implica la desaparición de las realidades que lo siguen generando. En los últimos meses hemos visto la atención de algunas organizaciones no gubernamentales y de los medios de comunicación, denunciando el incremento de personas desplazadas en Colombia. Lo grave de todo esto es que en un escenario de posconflicto, donde la tendencia es que las instituciones encargadas de atender a las víctimas pierdan importancia y presupuesto o en el peor de los casos desaparezcan, una nueva oleada de desplazamientos sería sumamente grave. Situación que se complicaría si el tema de restitución de tierras —como todo parece indicar— no es prioridad en la agenda del nuevo Gobierno Nacional. La amenaza aparece, otra vez.

 

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