Detrás de la trinchera del mostrador

Eduardo Barajas Sandoval
18 de junio de 2019 - 07:40 a. m.

No hay orden ni desorden mundial definitivo. En cualquier momento y circunstancia aparecen depredadores del orden internacional, o agentes de anarquía, hasta que llega uno que otro reparador. En épocas de desorden, los protagonistas de la obra dramática, que es el curso de la historia, se van acostumbrando a obrar bajo el principio de que cada quien debe hacer lo que quiere, o lo que puede, sin que importe demasiado cómo quedan los demás. Cuando, en torno a intereses comunes, surgen iniciativas que arreglan las cosas, vienen tiempos de relativo sosiego. Hasta que vuelve y juega.

La agitación de la vida internacional, derivada de esa especie de desorden, que esperábamos creativo, fruto del desmonte de la Guerra Fría, se ha acentuado con la ruptura de la ortodoxia tradicional de la conducción de la política exterior de los Estados Unidos, al impulso del acento que su presidente ha decidido poner en los asuntos comerciales. Frente a ello, mal podría esperarse que, como le gustaría al portador actual del sueño americano, los demás países del mundo, y mucho menos las otras potencias, se resignaran a que la configuración del sistema internacional termine adquiriendo la forma de una gran escultura con la firma de Donald Trump.

No es como Wilson, y mucho menos como Roosevelt, uno y otro en buena parte responsables del diseño del mundo luego de cada una de las grandes guerras del siglo pasado. Con muy pocos, y preocupantes, indicios de los fundamentos del orden mundial que pretende moldear, y aparentemente sin haber estudiado jamás juiciosamente la materia, el presidente americano luce por ahora como agente del desorden de las relaciones internacionales y agravante para el desorden mundial. Las proporciones del efecto de su paso por el poder, y los resultados universales de su gestión, se verán más tarde.

Sería bienvenida, eso sí, y de una vez, la llegada de una era posimperial. Por lo cual las críticas a las sorprendentes jugadas de la Casa Blanca de hoy no son añoranza de unos Estados Unidos llevando al mundo hacia donde les convenga. De pronto son más bien la expresión de una preocupación legítima por el retroceso que la política de hoy representa, frente a las contribuciones que los gobernantes demócratas de ese país quisieron hacer en favor de un mundo que se iría acomodando a las necesidades de cuidado del ambiente, y al respeto por los derechos humanos y el libre comercio, con la mirada puesta en un equilibrio que resultara en mayor justicia social.

Ahora todo eso va para atrás, y tenemos lo contrario. Desde Washington se han desatado guerras comerciales en todas direcciones. Todo se mide en términos de inversiones rentables. Si hay algo que no sirve a ese propósito, sale de la agenda. No solamente se ha producido el retiro del Acuerdo de París, orientado a la salvación del planeta, sino que se defiende a ultranza cualquier acción política que resulte complementaria a las necesidades de un mundo que, pensábamos, ya había quedado atrás, como el del protagonismo del carbón y el petróleo. Los aliados de otra época, como la OTAN, la Unión Europea, e inclusive sus más abyectos aliados en su propio continente, son tratados con displicencia. Como ha sucedido con las exigencias de “cumplimiento de obligaciones que equilibren las cargas” y de paso favorezcan los intereses de Washington. Así cualquiera, amigo o no, se puede llevar su sorpresa.

Todas aquellas ideas de un mundo dividido entre regímenes democráticos y gobiernos autoritarios van quedando atrás. Pareciera que esa ya no es la medida. Tampoco lo sería, aparentemente, la división centrada en las civilizaciones y en las creencias religiosas, pues lo mismo se cuestiona y ataca a Irán, al tiempo que se aprecia a Arabia Saudita, y se le perdonan abiertamente sus yerros. Tampoco se trataría de agrupar a los que tienen petróleo y los que no. La mejor prueba es que se desprecia y se trata de “castigar” a Rusia, el mayor productor.

A este paso, a golpes de “Twitter”, vamos hacia un mundo en el que se pretende que la famosa consigna de “America first again” se convierta en regla universal. Regla que, por supuesto, solo sus promotores están dispuestos a aceptar, y a tratar de imponer. Pero que a la vez representa una especie de principio que se convierte poco a poco en aliciente para que cada quién haga cuentas y se ponga detrás de una trinchera, que no puede ser otra cosa que la acumulación de sus fortalezas comerciales y de recursos para estar en los mercados, pegada con la amalgama de sus creencias y sus intereses.

Más allá del atrincheramiento, también es apenas entendible que se configuren alianzas, que comienzan por la identificación de propósitos y necesidades comunes, y terminan por volverse modelos de acción política, cuando no de agrupamiento estratégico en contra de cualquier enemigo común. Y es allí donde el futuro puede deparar resultados insospechados de la resaca que lleve oleadas de animadversión hacia el país que puso en acción una lógica de la que puede llegar a ser víctima.

 A este paso vamos hacia otro mundo. Las celebraciones de setenta años de relaciones entre la China y la Rusia contemporáneas demuestran que los lazos entre dos grandes imperios de otra época podrían ser ahora las mejores. Rusia se acerca también a Turquía, otro de sus contradictores de nueve guerras. ésta última se emancipa poco a poco de sus compromisos en el seno de la defensa occidental y juega cada vez con mayor autonomía en el Medio Oriente y más acá. La Unión Europea hace cuentas de mediano y largo plazo sobre sus posibilidades y sus opciones no solo en materia comercial sino en cuanto a sus movimientos estratégicos frente a ese aparente arreglo general de cuentas al que ha sido llamada desde Washington. Japón se aproxima a Irán, para asegurar provisiones. Este último puede terminar lanzado a los brazos de Rusia. Y esta aprovechar todo resquicio para aumentar su influencia, bajo el comando de un canciller excepcional, que ante las circunstancias se debe regocijar de la improvisación y la mirada de corto plazo de sus competidores.

Por todo el mundo, los que tratan ahora de acercarse o re agruparse, lo hacen con conciencia de que la política norteamericana de hoy, máxime si el cual mandatario consigue la reelección, presumiblemente afectará mañana, de manera más grave, el conjunto de las relaciones económicas internacionales. Relaciones de cuyo contenido y efectos se derivan requerimientos trascendentales de índole política y estratégica.

En medio de ese panorama, cabe preguntar, en todos los rincones del mundo, hacia dónde conduce cada gobernante la nave de su país. ¿Tendrán todos claras sus opciones?, ¿habrán identificado cuáles son intereses de mediano y largo plazo, y cuáles son sus aliados?, ¿serán capaces de decir a tiempo que sí, o que no, ante los requerimientos que les hagan?, en fin, ¿tendrán una lectura, una conjetura, o una interpretación válida, inteligente y orientada, del futuro que nos espera?

 

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