Dichosa Colombia... tan cerca de EE.UU.

Arlene B. Tickner
02 de septiembre de 2009 - 01:43 a. m.

No deja de ser enigmático que justo en un momento en que se habla del fin de la Doctrina Monroe, Colombia esté reclamando su reactivación.

Para la mayoría de los países de América Latina la presencia estadounidense en la región ha sido una historia entre amarga y agridulce. En contraste, desde principios del siglo XX —y sólo después de que le arrebataron a Panamá— Colombia ha hecho gala de su relación “especial”. La aceptación voluntaria de un papel subalterno vis-à-vis con Estados Unidos ha sido una de las pocas constantes de la política exterior colombiana. Aunque la interacción con pares latinoamericanos también ha sido considerada importante, de tener que escoger entre éstos y su alianza con el Norte, normalmente el país le ha apostado a lo segundo. Desde su rol como “peón” de la Guerra Fría, hasta su apoyo a la guerra ilegal en Irak y su defensa ciega de la fallida política antidrogas made in USA la identificación colombiana con el Tío Sam ha sido inequívoca.

Desde la perspectiva de Estados Unidos, el entusiasmo con el cual Colombia se asocia con sus políticas ha permitido que el país sea usado como conejillo de indias para ensayar distintas estrategias internacionales y luego, como vitrina, para demostrar sus “bondades”. La guerra contra las drogas, la contrainsurgencia y las tácticas de consolidación estatal son tan sólo algunos ejemplos recientes. La lealtad colombiana es tal que aun cuando ha sido correspondida con el olvido o peor, con cachetadas —como en el caso del TLC— pone impávida la otra mejilla. ¡Quién se hubiera imaginado que en la reunión de Unasur el presidente Uribe se convirtiera en el principal defensor de Barack Obama!

Los costos y beneficios de ser el “socio menor” de Estados Unidos tampoco se han evaluado seriamente, incluso en casos como Plan Colombia, cuya efectividad para combatir el narcotráfico ha sido cuestionada en Washington. Aunque es ilógico, en Colombia se presume que la cercanía es buena, y que entre mayor, mejor. No sólo es la impresión de la dirigencia política y económica, sino que refleja la opinión pública en general. Los colombianos valoran más la ayuda estadounidense que las buenas relaciones con América Latina, hasta el punto de que muchos apoyarían una intervención militar de ese país si con ello se garantizara derrotar a las Farc o controlar a Chávez.

En Bariloche el Gobierno confirmó que Colombia sigue equivaliendo sus intereses con los de Estados Unidos, sin establecer la adecuada distinción entre los dos. Y ese mismo binomio estratégico —más imaginado que real— es el que sigue determinando sus relaciones con sus vecinos. Queda la sensación de que la política exterior colombiana está atrapada entre dos opciones excluyentes, o mantener la alianza con el Norte o acercarse a la región. Insistir en que Estados Unidos es el único “desinteresado” que le brinda cooperación a Colombia sólo acentúa este falso dilema, agravando aún más su aislamiento. Cuando en realidad la pregunta que deberíamos hacer es por qué, independientemente de las virtudes del ex hegemón, el país se siente tan dichoso a su lado.

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