Si dejamos, como parece estamos dejando los colombianos, que todo no sea más que chispazos de cortedad mental de quien lo promulga con suficiente conocimiento de causa, y como tal algo a lo cual no hay que prestarle atención, no está lejano el día en el cual caiga sobre nuestra inconsistente, caprichosa, frágil democracia, el zarpazo de la tiranía, del golpe de Estado.
Y los treinta tiranos del Peloponeso, transmutados y redivivos en olor de presidentes, congresistas, gobernadores y alcaldes, a este trópico agobiado y somnoliento por los hervores del clientelismo y las cadenas productivas de familias enteras dedicadas de tiempo completo a la consolidación y reproducción de hegemonías políticas para cooptar la administración, rentas, presupuestos y bienes públicos, en todas y cada una de las jurisdicciones territoriales y administrativas en las que ejercen su poder absoluto.
O extenderlo a través de cognados, cuya única competencia y preparación para ejercer uno de aquellos cacicazgos provinciales, es el código genético que le da patente de encomendero al ungido en el clan para ejercer de gobernador o alcalde de las clientelas, rentas, presupuestos, mercedes y cuanto recurso y bien público, le es otorgado para su provecho y usufructo particular.
En tanto la propuesta de Macías, presidente del Congreso de Colombia,
sea asumida como algo banal y propio de alguien al que se subestima por su formación académica, y no como un tiro de largo alcance en lo institucional, político e ideológico, como un torpedo desintegrador para alterar la institucionalidad y la democracia, la apertura e inclusión de nuevas formas y opciones de poder, demos por dado el golpe de Estado, la instauración de la dictadura, el absolutismo autoritario, a partir de ese engendro que es la propuesta nefanda lanzada por aquel: la reelección del presidente y la extensión de periodos de gobernadores y alcaldes.
Cuanto se está incubando ahí, y va más allá de la futilidad de Macías, es un nuevo modelo de gobierno fundado y soportado en el absolutismo ilimitado del poder por las fuerzas y el partido que ostentan la condición de gobernante; una cultura política del despotismo, arrinconamiento y liquidación permanente de las nuevas expresiones y alternativas democráticas surgidas al paso de la historia, las dinámicas sociales y la reacción colectiva a la cooptación de las instituciones por clases, familias y grupos de poder excluyentes.
No es de menor cuantía, entonces, cuanto nos exponemos a perder los colombianos en materia de libertades, ejercicio de derechos, legitimidad del voto y de las elecciones, al permitir que se altere de manera autoritaria, despótica, dictatorial, cuanto en materia de elección de su presidente, gobernadores y alcaldes, decidieron millones de colombianos que los eligieron por cuatro años y ahora, por arbitrio del Congreso, se prorrogue por mandato dictatorial y conveniencia del partido en el gobierno, los clanes familiares y políticos, los sempiternos y los emergentes.
Poeta
@CristoGarciaTap