Dios, Patria, Ordóñez

Santiago Villa
18 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Colombia, después de ocho años de gobierno liberal, parece querer inclinarse de nuevo hacia el conservadurismo. A pesar de su histórico éxito poniendo fin a la guerrilla de las Farc y dejando abierto un diálogo con el Eln, el Gobierno de Juan Manuel Santos termina en clave menor y con la puerta abierta a un decisivo voto de rechazo a su legado.

En cierta medida es un desenlace merecido pero no por los motivos que sus detractores esgrimirán. La locomotora minera y energética, que lleva 16 años rodando sobre los rieles de las promesas y las falsas expectativas, se ha oxidado con el desplome de los precios internacionales del petróleo, el carbón y los metales. La economía colombiana y el valor de su moneda se vino abajo con ellos.

El modelo económico de Santos dependía de una imposible continuidad en el boom de los commodities, que por su misma naturaleza es cíclico. ¿Tenía el país otras opciones que lanzarse sin paracaídas al vacío de la dependencia minera? Sin duda, pero también había intensas dificultades para impulsar a la industria local y las confecciones, a causa una economía venezolana en proceso de evaporación y porque remaríamos en contra del vórtice de China, que afecta a los sectores secundarios de casi todas las economías del mundo.

Este será un trasfondo decisivo en las elecciones del 2018. No hay que subestimar la cantidad de colombianos que, en medio de sus dificultades cotidianas, resentirán los beneficios que recibirán las Farc tras su desmovilización. Uno de los principales motivos por el voto del No en el referendo del año pasado, entre las clases trabajadoras, fue el dinero mensual que se le entregaría a los excombatientes mientras se reincorporaban a la vida civil.

Pero hay otro proceso más visible y fácilmente capitalizable por un candidato conservador. Los rápidos cambios en el modelo de la familia, que en pocos años lanzaron a Colombia de ser un país retrógrado en su apreciación del homosexualismo a estar en la vanguardia mundial de los derechos LGBTI, han marginado a una porción numerosa del electorado. Dado que estos logros no se obtuvieron como parte de un consenso social amplio, validado en un proceso electoral, sino como resultado de decisiones tomadas por grupos pequeños en la cúspide de la Rama Judicial, no será de extrañar que la frustración y el temor causados por estas transformaciones encuentren su cauce en las elecciones presidenciales.

En esta oscura sopa de miedo, decepción y desencanto borbotea la candidatura de Alejandro Ordóñez. “Dios, Patria, Rey”, fue el lema tradicional de los carlistas españoles del siglo XIX, que desde la bandera del catolicismo tradicionalista prometían salvar a España de los excesos liberales. Sus milicias lucharon a favor del fascismo y formaron desde muy temprano alianza con el dictador Francisco Franco.

El lema de Alejandro Ordóñez es “Nada sin Dios, todo por la Patria”, y anuncia una Presidencia de recuperación de los valores católicos, como si el fin de una guerra de 50 años fuese un insulto a la religión. Lamentable sería que una mayoría se decidiera por este tardío caudillo clientelista, cuya propensión al juego sucio quedó demostrada por su destitución como procurador general. Un sectario vanidoso, oportunista y nostálgico del franquismo, que así como antes quemaba libros ahora incita odios y polarización, y pavimenta su camino a la Presidencia sobre las emociones menos nobles de los colombianos.

Twitter: @santiagovillach

 

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