Diplomacia de papel

Arlene B. Tickner
22 de abril de 2009 - 02:47 a. m.

Más que una reunión diplomática, la escena que se observaba este fin de semana en la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago se parecía a la de un estreno de Hollywood, con la estrella de la película a bordo.

Todos los asistentes, con excepción de muy pocos, hacían fila para tomarse la foto con el protagonista Barack Obama, pedirle su autógrafo y cruzar alguna palabra con él.  “Estuve con Obama” y “Obama me dijo” fueron sin duda dos de las expresiones más escuchadas. 

Más allá de la promesa de que bajo su gobierno las relaciones hemisféricas han entrado a una nueva era, basada en la igualdad y el respeto mutuo, lo realmente asombroso del debut latinoamericano del presidente de los Estados Unidos fue la habilidad con la que contagió a los otros mandatarios con su magia, haciéndoles a todos sentirse no solo únicos sino importantes.  Una lectura imparcial de la rueda de prensa ofrecida por Obama al final de la Cumbre revela justamente un esfuerzo cuidadoso y calculado por nombrar a cada uno de los países del hemisferio sin excluir ni criticar a ninguno.           

No solo es patético sino provinciano el que un encuentro protocolario entre Álvaro Uribe y Barack Obama se haya querido presentar como una hazaña de la diplomacia colombiana, en especial después de que las súplicas para que el presidente estadounidense le concediera una audiencia privada al colombiano fueran rechazadas. Más deplorable aún es que los medios de comunicación hayan hecho eco de esta absurda lectura.  Obama y Uribe “almorzaron juntos”, Obama se comprometió a venir a Colombia, “en cuestión de semanas” Uribe visitará a la Casa Blanca, Obama se mostró “particularmente deseoso” de estrechar las manos de Uribe, “encontramos gran receptividad para poder avanzar en todos los temas de nuestra agenda bilateral”, Obama dio la orden de hacer del TLC “una prioridad”, fueron algunos de los titulares que se registraron en el país.

¿Será que la delegación colombiana realmente creyó que el papelito expuesto a los medios por el presidente Uribe como un trofeo se diferenciaba en algo de las miles de dedicatorias firmadas por el mandatario estadounidense? ¿O presumió que el parroquialismo nacional permitiría – parafraseando a Campoamor – darle un aire de verdad a los delirios, convirtiendo el autógrafo de Obama en la resurrección de la moribunda relación “especial” entre los dos países? No hay duda de que el encuentro cara a cara entre los dos presidentes fue bueno, como también el hecho de que el TLC se saque del congelador. Pero suponer con ello que la distancia entre Bogotá y Washington ya se superó o que Colombia recuperó su estatus anterior es una vana ilusión. 

En lugar de insistir necia y repetidamente en los mismos temas -- como el Presidente de la República se refirió jocosamente a su propio estilo diplomático durante la Cumbre -- lo que debe hacer el gobierno colombiano es aprovechar la puerta que Obama ha abierto al hemisferio, y no solo al país, para olvidarse definitivamente del pasado y construir una estrategia coherente hacia el futuro.

Profesora, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes

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