Doble rasero y falsas equivalencias

Jorge Iván Cuervo R.
15 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

Todo indica que este domingo Iván Duque será elegido presidente de Colombia y, de esa manera - y seguro sin proponérselo- Juan Manuel Santos le devuelve el poder del Estado al uribismo, oportunidad que le fue usurpada en el 2010, pues en su condición de ungido del expresidente, cambió la agenda de la seguridad democrática por una de paz – la famosa traición-, y luego ya en el 2014, ese impulso le dio para reelegirse como su contradictor político.

De no haber sido por ese error de cálculo de someter al acuerdo a una refrendación ciudadana, sin necesidad y sin exigencia constitucional, y contra la evidencia histórica de no hacerlo en sociedades fracturadas, hoy el uribismo sería una agrupación facciosa en el Congreso, una especie de tea party criollo, pero ese dos de octubre de 2016 Santos le dio una segunda vida al uribismo, les enseñó que podían sumar por fuera de sus propias huestes – en ese entonces los votos cristianos- y, en esta oportunidad, sumar los votos de la defenestrada Unidad Nacional y de todos aquellos que comieron cuento del fantasma castrochavista que representa Gustavo Petro, una idea que terminó imponiéndose en la opinión pública en una sistemática campaña de satanización que terminó dando frutos.

Petro nunca tuvo una oportunidad, a pesar de haber pasado a segunda vuelta. Siempre fue el candidato que perdería contra Duque, y las encuestas lo confirman porque éstas recogen la opinión mayoritaria de un candidato que hicieron inviable, idea que fue el caballito de batalla de Fajardo y cía., quienes hoy se refugian cómodamente en el voto en blanco, incapaces de asumir su responsabilidad histórica de hacer parte de un proyecto político convergente y de apertura democrática que defienda la Constitución de 1991.

La renuencia de Duque a un debate con Petro significa que no lo ve como un contradictor válido, y de paso a los cerca de cinco millones de votantes para quienes dice gobernará en clave de reconciliación. Me pregunto, si fuera al contrario, que Petro encabezara las encuestas y decidiera no asistir a un debate, si muchos de esos opinadores y columnistas no estarían rasgándose las vestiduras y denunciando el talante antidemocrático del candidato. Ese doble rasero con que se ha cubierto esta campaña es un tema que debemos debatir pasada la elección para preguntarnos qué tan independiente es el periodismo del establecimiento.

Ahora bien, no pueden estar en el mismo eje de comparación el proyecto político de Petro con el regreso del uribismo al poder, a pesar de la cara amable que representa Duque. Esa es una falsa equivalencia que nos han vendido. El pasado guerrillero de aquél no puede ser un argumento en contra y más bien sí su compromiso con la paz y el cumplimiento de la legalidad. En términos de representatividad, en torno de su candidatura se agrupan  sectores políticos que han sido excluidos de la matriz política tradicional; y en torno de Duque, los sectores políticos que han entendido el ejercicio de la política como una usurpación del Estado en su beneficio. Y eso hay que tenerlo claro a la hora de decidir por quién votar.

Los riesgos y la evidencia de que sucedan no son los mismos en cada candidatura: la posibilidad del castrochavismo en un país de la fortaleza institucional como Colombia no es equivalente al riesgo de hacer trizas el acuerdo y usar  el poder del Estado para garantizar la impunidad de los suyos.

Piense quien lo representa mejor y quien cuidará mejor en lo que usted cree una vez llegue el gobierno. En mi caso, el proyecto político de Gustavo Petro y Ángela María Robledo representa mucho mejor mi idea de una sociedad más incluyente, equitativa y ambientalmente responsable, que haga una realidad la preservación del acuerdo y la defensa de la Constitución de 1991.

@cuervoji

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